Extraterrestre, el vodevil de género ya está aquí.

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Corresponsal de Homocinefilus.com en España

El cine del director cántabro Nacho Vigalondo tiene una factura especial. Tras ser nominado al oscar al mejor cortometraje por 7:35 de la Mañana, su primer largometraje de sala, Los Cronocrímenes (2007), fue una auténtica sensación al abordar, desde una óptica novedosa, las complejas paradojas resultantes del viaje en el tiempo en lo que, a tenor de los resultados, resultó ser una mezcla de thriller y comedia de situación que entretenían y cautivaban por igual. Podríamos habernos esperado algo semejante en Extraterrestre, pero quizá una de las mejores virtudes de un buen director sea reinventarse a sí mismo con cada película, y este es el caso de Vigalondo.

El argumento es sencillo. Tras una tremenda noche madrileña de alcohol, Julio (Julián Villagrán) se despierta en casa de Julia (Michelle Jenner) con una enorme resaca, y cuando se prepara para volver a su casa, se da cuenta de que Madrid ha sido evacuado y de que hay una enorme nave espacial suspendida sobre la capital. Al poco aparecerán en escena Carlos (Raúl Cimas), el novio de Julia, y Angel (Carlos Areces), el vecino obseso enamorado de la protagonista. Juntos, se preparan para sobrevivir a lo que entienden es una inminente invasión  en un entorno en el que Julia y Julio intentarán disimular lo que ocurrió la noche de la llegada de los extraterrestres, lo que traerá consigo un inevitable triángulo amoroso del que, muy a su pesar, se verá excluido Angel.

Vigalondo encaja magistralmente las piezas de un genial guión en forma de Vodevil, género caracterizado por engaños, frivolidades, equívocos y situaciones límite, que es lo que mejor define a Extraterrestre. De este modo, la idea de una mentira tapando a la otra construye poco a poco una situación insostenible que al final explota en una mezcla de inocencia y sensibilidad, la cual sale a flote en medio de un mar de carcajadas donde impera la estética chanante. Y es que esta película es inconcebible sin la valiosa aportación de dos de sus intérpretes. Vigalondo tiene el acierto de permitir que Carlos Areces y Raúl Cimas se muevan con total libertad a lo largo del metraje, contribuyendo con ese particular e indolente sentido del humor al crecimiento de la película.

Pero lo más destacable, incluso por encima de las actuaciones de sus intérpretes, es el sentido minimalista que el director imprime a su film. Y es que estamos hablando de un reparto de sólo cinco actores, de un desarrollo que se lleva a cabo casi en exclusiva en un apartamento del centro de Madrid (las escasas escenas exteriores son la excepción), de una banda sonora que pasa inteligentemente desapercibida, y de una fotografía donde destaca una iluminación, la cual hace que el ambiente sea cálido y acogedor, convirtiendo la invasión extraterrestre en un simple telón de fondo sobre el que se desarrolla la historia sin perturbar lo más mínimo al contenido que se quiere desplegar.

A la vista de los resultados, el espectador puede preguntarse por qué no se hace más cine de calidad si los elementos son tan simples. La respuesta es sencilla. Dar con la tecla resulta complicado, y eso es lo que en definitiva, hace Vigalondo y lo que le convierte en uno de los realizadores españoles sobre los que habrá que estar más atento en los próximos años.
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