Heli: un testimonio atroz, eso y más - Crítica

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El discurso nacional está condenado a contar historias sobre la miseria de ser mexicano. Algún lector avezado dirá que peco de pesimista y que olvido las películas de Tintán, de Cantinflas o de las bellas imágenes del Indio Fernández, muy a la Eisenstein, muy rusas, por cierto.

Pero excavemos en el desierto de la esencia nacional, metamos los dedos entre las grietas del suelo y no encontraremos más que fábulas de la misma consistencia del pulque que dejamos apestarse en la canícula. Porque el peladito, ese personaje astroso de las carpas que usa el lenguaje por el lenguaje mismo (cantinflea para no cantinflear), es un embaucador ocioso. Porque el pachuco, con el vestuario orondo y extravagante y el ritmo chispoteándole por todo el cuerpo, es un disgregado sin patria. Porque los revolucionarios filmados con el sol de fondo y el maguey en primer plano son criminales que saquean en manada.

Se dirá que más que pesimista soy apátrida, pero como todos, amo los cuentos de los abuelos, esos que narran que tras estudiar y estudiar y obtener un título universitario un joven se hizo más sabio o de menos con una disponibilidad económica más boyante o aquellos que destacan como es que tras trabajar y trabajar, un anciano vivió tranquilo con una pensión honorable hasta el día en que murió. Las viejas historias fundan una y otra vez el entorno donde vivimos y las seguimos contamos porque no nos sabemos y no tenemos otras que contar.

En una conferencia de prensa llevada a cabo en la Cineteca Nacional, un periodista le preguntó a Amat Escalante, el director de Heli, sobre la aportación de su filme en comparación con otros de narcotraficantes (como si fuera un género; peor aún, como si el asunto de la película girara en torno al narco); otra periodista cuestionó sobre si Heli tenía una posición sobre la legalización del aborto; otro hombre (que en este punto comprendo que pudo entrar cualquiera a esa conferencia, periodista o no, si un servidor estaba entre los asistentes) alguien todavía más astuto y suspicaz, preguntó sobre qué significado tenía la estrella de David que aparecía en la escena final. Pudo ser la de Belén porque no se le distinguía la procedencia, pudo ser ninguna como ratificó Escalante al declarar lacónicamente: “No significa nada”, una ocurrencia, inspiración, pero ni pensar en un estandarte de la esperanza o algo por el estilo.

Confundimos el oficio del artista con el de movilizador de masas o con el de filósofo iluminado que va a tener todas las respuestas. Peor es la situación cuando en el arte se aborda cruda y llanamente la realidad social, la obra se convierte en un panfleto en que se enlistan y se critican los males nacionales. La película de Amat Escalante es más que eso. O es eso y más.

Heli (Armando Espitia) es un joven que vive en un poblado olvidado por la civilización con su esposa, hijo, padre y hermana en una casa que más que hogar es un amontonamiento de cosas. Al cruzar la puerta rumbo a la calle, el entorno no cambia mucho. La historia está filmada en colores grises, secos y en planos largos que hacen percibir en el espectador un ambiente al aire libre irrespirable y claustrofóbico. Complementan este escenario la policía federal y la lucha antidrogas (Recordemos: “Para que la drogas no lleguen a tus hijos”, sic al cuadrado). Cuando un joven agente se relaciona con Estela, la hermana de no más de 15 años interpretada brillantemente por la novel actriz Linda González, en la vida común de la familia de Heli irrumpen la violencia, la crueldad y la sinrazón de ni más ni menos las fuerzas de seguridad del Estado.

Amat Escalante nos cuenta sin rebuscamientos, sin banda sonora, en concordancia con una poética sobria de narrar, una historia más de cómo la civilización no triunfó en la sociedad mexicana y testimonia el error de lanzar como huestes de guerra a animales carroñeros que crecieron en la ideología del año de Hidalgo. Por otra parte nos cuenta cómo un acontecimiento injusto e inhabitual en la marcha de la miseria, hace lidiar a un joven con los daños colaterales de poderes que no comprende y que desatan aparte un lado oscuro en él, capaz de terminar con lo poco que le queda. El hombre enfrentándose al azar del universo es un dilema del que se ha hablado desde los mitos fundacionales. Quizá lo triste en México es que esas historias se siguen fundando sobre la infamia y la mala fe.

Sin más, vaya a ver Heli que paradójicamente es una bocanada de aire en la cartelera.