Actores de teatro contra actores de cine

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Prácticamente desde la primera aparición del cinematógrafo, ha existido un debacle muy fuerte sobre los méritos actorales de ambos grupos. En especial, parece haber una suerte de consenso sobre la aparente superioridad de los actores de escena sobre los actores de pantalla, lo cual es usualmente falso. En esta ocasión, me gustaría sacar a colación el tema, partiendo del hecho de que ambos son diferentes y, si bien uno tiene algunas ventajas sobre otro en ciertos aspectos, en general son igualmente exigentes.

El actor teatral requiere indudablemente de una mayor capacidad de memoria, además de que, al tener que moverse en un espacio determinado, tienen una imagen mucho más clara del desplazamiento escénico. Pero por otro lado, sus caracterizaciones suelen ser menos flexibles, pues una vez que entran en caracter, lo tienen que conservar hasta el final de la obra, por lo que no hay mucha posibilidad de crecimiento dentro de la misma acción, sino que tiene que darse entre escenas. Pero por otro lado, dado que encarna a un personaje una y otra vez, puede crecerlo y comprenderlo con más profundidad que el actor de cine.

El actor de cine, por otro lado, está acostumbrado a manejar personajes en una forma no lineal, por lo que le es más fácil entender el desarrollo de una historia sin tener que recurrir al orden cronológico. Al estar más familiarizado con los close-ups y los detalles de cámara, tiende a tener una mayor flexibilidad gestual y expresiva que el actor teatral. El problema es que, una vez terminada una cinta, es raro que vuelva a encarnar el mismo personaje, por lo que no tiene la misma oportunidad de madurarlo. Pero por otro lado, puede experimentar más: Al hacer una escena más de una vez, puede variar la caracterización y la respuesta, hasta dar con la más adecuada.

Pero como podemos darnos cuenta, ninguno de esos puntos son insalvable, motivo por el cual es posible ver a tantos actores de teatro desenvolverse en el cine, y viceversa.