Aleluya, llegó El Hombre de Acero

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Si es que están leyendo el presente texto es porque las reseñas, notas e información sobre la película El Hombre de Acero todavía no son suficientes. Y prepárense: por lo menos las siguientes dos semanas las pláticas de sobremesa, los discursos de los políticos y hasta los mensajes de los sacerdotes girarán sobre qué tan buena es el Superman de Snyder. Por lo demás les aseguro que al menos en estas líneas encontrarán una honesta y sana posición de llevarles la contraria, porque ahí donde existe el hijo de hombre también habita la oscuridad o porque todo lo que es arriba es abajo y al revés, o mejor aún porque antes de la luz estaba el caos. Si no quieren auscultar el rincón del amargado mejor ni lean.

Man of steel, Warner Brothers
Man of steel, Warner Brothers

¿Por dónde empezar? Festejo que haya durado la película dos horas y media, otros cinco minutos y los kriptonianos no nos dejan mundo para una secuela ni para la Liga de la Justicia. Si es que las obras de arte sólo aspiran a la perfección, Snyder consigue con este Superman posmoderno –o de menos presbiteriano cuántico – el crisol de todas las películas de destrucción masiva. Es como si el hijo del granjero hubiera cosechado los frutos que el padre plantó en otoño, o mejor ejemplificado por el profeta Bay, como si todas las armas nucleares y las guerras que se han combatido en el pasado nos hubieran preparado para el Armagedon. ¿Director visionario? Magazo, alquimista del tiempo. O de otra forma ¿cómo hacer para compactar no sé cuántos cientos de miles de años en treinta y tantos desde la destrucción de Kriptón hasta cuando Clark Kent se viste con el traje azul? Sé que esos astutos portales interdimensionales nos resuelven el crucigrama, pero como no entiendo de física cuántica, mucho menos voy a estar comprendiendo de ciencia alienígena.

Admiré la primera hora de introspección y búsqueda del personaje principal, esos parlamentos solemnes sobre la humanidad y el destino, esa cara severa e impenetrable de Jonathan Kent en las buenas y en las malas aún de frente al huracán, ese renegado siempre adolescente de treinta y tres años deshaciendo entuertos y haciendo milagros. Esa parte del metraje me recordó no sé por qué a La pasión de Cristo, incluidos flashback y reflexiones sobre la vida. Llámenme paranoico pero estoy seguro que el filme construye un paralelismo de Jesús el Nazareno con Superman. ¿Hereje? Espero que me perdone la iglesia y que sean las telarañas en la cabeza. Es que creí haber visto en una escena al boy scout superpoderoso prepararse para el vuelo simulando la crucifixión. Aunque ya entrado en las puertas de la percepción el apóstata de Jim Morrison hacía cada desfiguro… Preferiré pensar que es una alegoría en la que yo fantaseo. ¿Para qué cargar de sentido un gran espectáculo sobre el hombre y su condición? ¿Para qué vaciarles tanta crema a los chilaquiles si nos perdemos del ácido y picante sabor de la salsa?

Las actuaciones... ¿a quién le importan las actuaciones cuando la película se sostiene por sí sola con un guion bien estructurado y una dirección llena de matices azulados y anaranjados, esos colores tan de la decadencia y del apocalipsis que bien podrían ser el sello de Snyder y que nos permitirían discutir en un futuro ciclo de conferencias “¿Cómo evolucionó el cine partir de la concepción de 300?”? Henry Cavill, sin subestimar las caras de sufrimiento y las poses de galán que serán una delicia para las féminas, bien pudo ser sustituido por un Superman computarizado que fuera capaz de hacer cosas más extraordinarias, convertir las tortillas duras en nachos con queso, por ejemplo. El Hombre de Acero es de esos filmes en que el director es capaz de hacer las locuras más inimaginables que los actores estorban para el desarrollo de la historia. Bastaba en la nómina con los bellos ojos de Amy Adams y la siempre cumplidora Diane Lane; lo ahorrado tras usar en su mayoría reparto digital se hubiera aprovechado en más efectos especiales y sonoros, que en la humilde opinión de mi cerebro no impactaron lo necesario, al menos para hacer que me explotaran los nervios.

Y cuando llego al último párrafo reviro en lo que prometí y resulta que no fui tan honesto, pura buena vibra porque a lo mejor El Hombre de Acero no me pareció tan nefasta como esperaba. O quizá ahora sí tomé mis pastillas. Así que no importando el escenario, usted ya admiró el filme o lo hará. En el segundo de los casos, recomiendo que mejor corra a sus cines más cercanos para ver El Gran Gatsby o en su defecto compre un delicioso té de menta endulzado con limón. ¿Para qué se arriesga con la densidad profusa del último hijo de Kriptón?