Alicia en el país de María

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Manuel Cruz

@cruzderivas

Entre toda su confusión, Alicia en el País de María, largometraje de Jesús Magaña deja una cosa en claro: Es una cinta cuyo altísimo nivel de pretensión no logra ocultar la mediocridad narrativa de la que parte, quizás en un accidental logro de merecida justicia y respeto a la mente de la audiencia. Eso, y que Bárbara Mori no está loca, por más que luche en aparentar que si. En realidad, deja dos cosas en claro.

Si hubiera que categorizar la experiencia cinematográfica entre historias que atrapan, historias que tienen un buen inicio y descienden hacia un final decepcionante, e historias que demuestran sus agujeros y problemas desde un inicio, Alicia en el País de María cae en la tercera opción, con el orgullo de frente. La primera imagen presenta a María (Bárbara Mori) quizás intentando simular a Natalie Portman en la escena climática de V de Venganza (y fallando en el proceso), en la punta de un edificio, ante la nocturna y lluviosa Ciudad de México. La segunda imagen, en granuloso blanco y negro, muestra a María con Tonatiuh (Claudio Lafarga), su aparente novio. Se quieren. Se pelean. Se gritan. Y en vista de que la historia pretende romper estructuras lineales, chocan en un accidente, que los deja - y a la audiencia también - sin una noción clara del presente.

Bárbara Mori quiere convencer al mundo de su locura en Alicia en el país de María
Bárbara Mori quiere convencer al mundo de su locura en Alicia en el país de María

La lección más grande - y errada - ante el guión de esta cinta es que una historia en desorden no equivale a una historia incomprensible: Si bien MementoMagnolia y Café de Flore (entre otras) se alejan de la tradición narrativa, cada una ofrece su propia estructura. La lógica es simple: Si la audiencia va a conectar emocionalmente con lo que ocurre en pantalla, más vale que lo entiendan. Pero Alicia en el País de María no cree en tal principio, y lo rechaza con un descaro que, al final, no hace más que destruir su posible originalidad. Después del choque, Tonatiuh despierta para encontrarse con Alicia (Stephanie Sigman), una enfermera que quizás está loca. O quizás es una chica que Tonatiuh encuentra en un bar (y en una de las peores escenas de seducción en la historia de la civilización occidental), después de que se separó de María. O quizás la ve al mismo tiempo que ve a María, porque la madre de Alicia (Angélica Aragón) lee las cartas, y ve un mal presagio en el futuro de Tonatiuh (¿y cómo no creerle a alguien que lee las cartas?) O quizás la está soñando, o quizás existe en un tiempo-espacio distinto al de María (¿o Alicia), y Stephen Hawking maldice (con justa razón) por la mediocre y errada interpretación de su trabajo. E incluso si ese es un “argumento válido” en el enmarañado mundo de la cinta, no hay ningún DeLorean que aparezca súbitamente, en un loable intento por claridad.

Lo que hay, es indiferencia. Magaña, Fernando del Razo y Rafael Gaytán(co-guionistas de la cinta) no están interesados en crear una nueva propuesta narrativa, pero tampoco en contar una historia: Lo poco que se llega a entender del romance entre María y Tonatiuh (y Alicia, antes o después, como sea) reside entre diálogos mediocres y actuaciones indiferentes, envueltas en una estética que tiene como único objetivo presumir: La accesibilidad de los medios de producción es ventajosa para la creación de nuevo cine, pero Alicia en el País de María es otro caso de estilo sobre sustancia, llevado al máximo exceso: Esto es particularmente evidente en una secuencia donde Tonatiuh visita a María, ahora extrañamente internada en un manicomio. La cámara, quizás actuando como la visión de Tonatiuh, quizás no, sigue a Bárbara Mori, mientras ella se esfuerza por denotar su locura hacia la pantalla, hacia la poca verosimilitud que podría quedar en la audiencia para este punto de la cinta. Y no lo logra. El resultado es una mala actriz diciendo diálogo mediocre, frente a una cámara que seguramente graba hasta 4K de resolución y con buena óptica. Pero todo lo que está detrás de una cinta es inútil, si lo que sale es precisamente el ejemplo de esa palabra.

Alicia en el País de María atravesará el matadero injusto de la distribución nacional: En un mes habrá desaparecido. Y sin embargo, debería permanecer, por razones estrictamente académicas: Sirve como un muy buen ejemplo, para las diversas escuelas y talleres de cine, sobre que no hacer antes de tomar la cámara, o al menos, pasar por una reflexión de principios antes de maltratar la inteligencia del público.