Almodóvar, Julieta, y el Eterno Retorno

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En algún momento de Julieta, la protagonista ve a un hombre mayor durante su juventud. Él quiere hablar, pero ella lo rechaza. Mucho más tarde, el hombre se vuelve a revelar para la audiencia, cuando Julieta es mucho más grande y diferente que antes. Y ese momento es uno de varios donde se podría argumentar uno de los temas que pernean a la nueva cinta de Pedro Almodóvar: Los antecedentes son una especie de futuro anticipado, un eterno retorno. Y son capaces de detener a cualquier presente con esperanzas. Eso le ocurre a Julieta en el principio (interpretada por Emma Suárez), cuando su viaje a Portugal, seña de una creciente relación con su novio Lorenzo (Darío Grandinetti), se ve súbitamente cancelado ante la resurrección de su hija, una presencia incubada, pero poderosa, dentro de su conciencia.

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El conflicto central en la trama de Almodóvar, inspirada en relatos de Alice Munro, es quizás el de toda la humanidad: Cuando uno mismo se impide el avance, muchas veces por razones inexplicables y silenciosas. La reflexión hacia el pasado, a los hombres y las cosas que se veían con ojos distintos en un determinado tiempo, parece ser el mejor intento para llegar a la claridad. Y eso hace Julieta, y nos lleva a historias de amor y sorpresa que, por momentos, al menos en estructura, quedan muy bien en el terreno de la ficción: Ella conoce al amor de su vida y padre de su hija en un tren durante la noche, mientras un ciervo galopante en la nieve se aparece ocasionalmente afuera de la ventana. Quizás esa clase de encuentros, o algo similar, si ocurren en otra realidad, la realidad fuera del cine y su creación de mundos alternos, incluso al extremo de inspirar aquellas situaciones. Pero así como Almodóvar puede crear ilusión, también la puede callar, la puede bajar a la tierra en formas que, si no afectan directamente a alguien en la audiencia, quizás si invocan su memoria: El recuerdo de alguien, fuera de la ficción, que sufrió una tragedia similar a la de Julieta, primero joven (interpretada por Adriana Ugarte), y luego más grande, y la asociación de esos sentimientos a una creación donde las emociones palpitan, y por un momento, todo podría dejar de ser una película y convertirse en un recuerdo, interpretado por otros pero con una narrativa personal, una especie de sueño donde la conclusión más certera, aparentemente, es que nadie sabe nada sobre la vida.

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Julieta puede invitar a esa reflexión, y extender la conciencia humana hacia el cine, de formas que acechan tanto como los rostros de Ugarte y Suárez durante el paso de su vida, como la música sospechosa de Alberto Iglesias, o la serie de pistas que, tras una re-examinación, señalan a un destino anticipado, quizás un acto de mala suerte, o, quizás, la vida como le ocurre a algunos, porque sí.

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