En los años veinte el romanticismo y la fantasía imperaban en el cine de Hollywood, pero algunos hombres querían retratar la realidad, sin disfraces ni adornos. En 1921 el explorador Robert Joseph Flaherty dirigió y produjo la primera película de no ficción de la historia del cine: Nanuk, el esquimal. Se sitúa en Alaska y se centra en la vida cotidiana de un Inuit, aborigen de las Islas Belcher.
Aunque pretendía mostrar la vida tradicional de los Inuit, en realidad preparó varias escenas. Los personajes no eran actores sino gente del lugar contratada para representar la visión de Flaherty, incluso construyó un iglú con un lado cortado para que la cámara pudiera conseguir las tomas.
Aun así, consiguió que el público viera en Nanuk el rostro del hombre que enfrenta los peligros de la naturaleza para proveer de sustento a su familia. La película fue un éxito, sin embargo, Nanuk falleció dos años después por inanición. Se considera que Nanuk, el esquimal es la película que dio inicio al género del documental, difícil de entender para nosotros que concebimos el documental como mera información, pero el cine de no ficción es también innovador.
El boicot sobre el mundo fantástico de Hollywood continuó de la mano de Erich von Stroheim, actor y cineasta austríaco nacionalizado estadounidense. Su quinta película, Avaricia (1924), cuenta la historia de un dentista que se casa con la prometida de su mejor amigo. Cuando ella gana un premio de lotería por cinco mil dólares, el amigo denuncia ante las autoridades al dentista por haber practicado la odontología sin licencia.
El dentista se convierte en un alcohólico violento porque su esposa se niega a compartir sus ganancias aun cuando ahora él no puede continuar trabajando. Finalmente asesina a su esposa para quedarse con el dinero y escapa hacia un lugar desértico donde es perseguido por su rival. Desde que aparecen las monedas en escena, su color amarillo contrasta con el blanco y negro de la cinta, para la mítica escena final, toda la pantalla se llena de amarillo.
La crudeza con que Erich von Stroheim intentaba retratar la vida en los Estados Unidos de los años veinte es continuada tres años después por el cineasta King Vidor en Y el mundo marcha. En este film, el director intenta capturar la realidad por medio de planos largos y estáticos, sin decorados, se trata de mostrar la desesperación de un hombre perdido entre la multitud, uno más de la masa. La escena que nos lo presenta construye la premisa: un plano aéreo encuentra al protagonista entre una serie de escritorios idénticos en una enorme oficina.
Pero la máxima expresión del realismo de la época aparece con el escritor y director de cine danés Carl Theodor Dreyer. Dreyer cuestionó el cine romántico y de fantasía con sobriedad y espiritualidad. En La pasión de Juana de Arco (1928), no hay profundidad en los planos, ni iluminación ni enfoque, el fondo está vacío y las paredes pintadas de un solo color para evitar distraernos de las actuaciones.
En Vampyr (1932), juega con sombras sobre las paredes blancas, y en el final, el cómplice del vampiro muere ahogado en harina.
En La palabra (1955), al final de la película una mujer vuelve a la vida en una habitación blanca, sin ninguna decoración.
Ningún otro director trabajó más la simplicidad y espiritualidad del blanco que Dreyer. Pero la seriedad no estaba de moda y Dreyer acabó sus días dirigiendo un teatro donde proyectaba películas para sobrevivir, pero si algo legó a la historia del cine, fue su capacidad de captar la realidad y tornarla conmovedora.