Club de Cuervos

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Manuel Cruz

@cruzderivas

Un mirrey, una neurótica, una extranjera seductora y un equipo de futbol tan olvidado como la ciudad que habita. Estos son los componentes que hacen a Club de Cuervos, que sostiene el -debatible- título de primera serie de televisión mexicana distribuida por Netflix

Si hay fragmentos de su premisa que recuerdan a Nosotros Los Nobles, ello no es coincidencia: Club de Cuervos es creación parcial de los Alazraki, aún cuando los guiones originales de la serie han sido escritos por un equipo estadounidense y traducidos al español por los mismos creadores de la exitosa cinta mexicana en 2013.

Aún cuando el extraño intercambio entre Michael LamRussell Eida y Alessia Cosntantini (entre otros) y los Alazraki en traducción sirve para cuestionar la identidad mexicana de la serie, el espíritu de los cineastas y productores nacionales se siente: Luis Gerardo Méndez repite su rol de mirrey bajo el nombre de Chava Iglesias, segundo hijo de su padre Salvador, un generoso hombre de negocios que teme por el futuro de Los Cuervos, equipo en la discreta ciudad de Nuevo Toledo, tras haberlos llevado a derrotas en campeonatos mayores. Hoy en día, Los Cuervos necesitan una urgente re-invención, y Salvador duda en las habilidades de su hijo para conseguirlo. Esto es algo que nunca sabrá, ya que después de su repentina muerte, Chava adquiere la presidencia del club, enfatizando detalles de una personalidad egoísta, estúpida y cliché, muy lejos de resultar agradable a cualquiera.

Pero ello parece ser parte del plan de los Alazraki, y Chava no está solo: Al final es co-dueño del equipo, un puesto que debe compartir - a regañadientes - con Isabel (Mariana Treviño) su media hermana notablemente más inteligente. Y aunque el conflicto fraternal re-aparece a lo largo de la temporada, la serie también busca contar el enfrentamiento entre la visión de Chava para Los Cuervos - que, bajo su tutela, podrían convertirse en el Real Madrid de América Latina - y el status quo de su padre, encabezado por Félix (Daniel Giménez Cacho), un conservador director general, Goyo, (Emilio Guerrero) un entrenador gruñón y barrigudo que podría ser fácilmente confundido con el reciente ex-director de la Selección Nacional, y una escuadra de jugadores compuesta por Moisés (Ianis Guerrero), capitán del equipo y ocasional amigo de Chava, el Potro (Joaquín Ferreira), el atleta argentino en turno y portador de los albures, y Tony (Juan Pablo de Santiago), un novato cuya ilusión parece superar a su ingenuidad.

El problema más grande para Club de Cuervos es una falta de balance en la dirección de su comedia: la farsa y sarcasmo de los guiones lucha contra el énfasis estereotípico. A veces, es difícil determinar si los Alazraki se están burlando de los personajes de clase alta y ego inflado que protagonizan la serie, o echan porras para que sus vidas continúen sin problemas. Ello es particularmente claro en el piloto: cada broma astuta sobre el futbol o la sociedad viene inmediatamente rematada de un chiste estúpido, o la presencia de un cliché social (el publicista de Chava, que sólo habla espanglish, o sus amigos evidentemente torpes, su esclavo asistente que casualmente lleva el nombre de Hugo Sánchez, o las conspiraciones sexuales que Tony debe producir para Goyo, a cambio de jugar en el partido de la semana entrante) que termina por ahogar el ingenio original, como si hubiera un temor a que la inteligencia superara la idiotez.

Los primeros episodios de Club de Cuervos están plagados de estas contradicciones, además de diferentes técnicas de lenguaje (como montajes frenéticos o secuencias en cámara lenta para denotar la llegada de Mary Luz (Stephanie Cayo), la sospechosa amante de Salvador, ahora embarazada con su último hijo) que terminan siendo efectos innecesarios, y distractores cobardes cuando la historia no parece ocupar primer plano. Al mismo tiempo, la televisión de la última década ha demostrado a sus audiencias que el formato episódico puede servir para hilar una trama más compleja que la detallada en el capítulo semanal, y Club de Cuervostermina salvándose de su inseguridad inicial gracias a este principio. Cerca de la mitad de la temporada, en un episodio cargado de escenas en el campo de futbol, Club de Cuervos parece encontrar su identidad: no precisamente alejada de un estilo diseñado para glorificar, se convierte en una serie donde la narrativa y el guión quedan por encima de cualquier otra cosa. Y todos los violines y efectos que los Alazraki arrojan ocasionalmente adquieren invisibilidad, porque lo que mantiene la atención y provoca la risa es la palabra y la actuación.

Al mismo tiempo, siguiendo la premisa familiar de la historia, los Alazraki encuentran en Isabel (y Mariana Treviño) a un personaje más ingenioso: Su sexo sirve de conflicto fundamental para obtener respeto y poder en la organización de su padre: El mundo de la serie está consciente del machismo descarado que rodea al futbol nacional. Pero las estrategias de Isabel para lograr lo que se merece están basadas en la astucia, y no la estupidez que caracteriza a su hermano, llegando a un número de conclusiones que dejan mucho que esperar para la siguiente temporada. Más allá de la relevancia social en presentar a una mujer que no usa su cuerpo para lograr su intención (como ha sido el caso en multiplicidad de telenovelas), Isabel es sencillamente más divertida, y Mariana Treviño suma más puntos como intérprete de una comedia corporal e inteligente, genuinamente disfrutable y necesitada en el panorama nacional.

Club de Cuervos es una comedia sin optimismo: No duda en introducir personajes que, al final del día, no buscan ningún cambio positivo en sus vidas, y es posible que su conexión con la audiencia emane del constante desagrado que generan entre ellos. Esto es particularmente evidente en Chava, que, a diferencia de su personaje en Nosotros Los Nobles, nunca ve otra opinión que no sea la suya. Lo único que lo supera en desagrado se presenta a mitad de la temporada, cuando decide contratar de imprevisto a un ex-jugador del FC Barcelona cuya arrogancia no supera a su peculiaridad sexual.

Y quizás ese es el último chiste de Los Alazraki. Si Nosotros Los Noblesintroduce a tres niños ricos para luego darles una oportunidad de redención e humildad, Club de Cuervos sólo quiere verlos en su hábitat natural: Isabel y Chava intentan quererse, pero la recuperación familiar nunca supera al poder de la herencia paterna. Felix se enorgullece en el avance del equipo, a veces resultado de las torpes decisiones de Chava, pero en realidad está más enfocado en sus propios intereses. Lo mismo sucede con la extraña Mary Luz, y en cuanto a Los Cuervos, pueden ganar un partido y perder el siguiente. Hay una peculiar sensación de pesimismo á la Seinfeld en la serie, quizás un triste reflejo de la mediocridad colectiva que conforma el futbol nacional (porque, honestamente, entre el Piojo y El América, México nunca llegará a jugar como el Barça o el Manchester, al menos no pronto)

El por qué de esta decisión narrativa es otro tema. Pero mientras tanto, Club de Cuervos ha dado una interesante primera temporada, y más de una persona podría estar esperando al siguiente partido con curiosidad.