Code Blue, mirando cara a cara a la muerte

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Corresponsal de homocinefilus.com en España

La directora Urzula Antoniak, que hace dos años nos deleitó con Nothing Personal, presentaba ayer en el SEFF'11, la premier para España de su última película Code Blue, sin mucho temor a equivocarnos, una de las mejores que llevamos visto en este festival y que eleva la media para sacarlo de la mediocridad.

"Código Azul" es el código elegido en los hospitales cuando es necesaria una resucitación a resultas de una parada respiratoria o coronaria. El argumento nos presenta a Marian (Bien de Moor), una enfermera holandesa madura que se encarga de la unidad de cuidados paliativos de un gran hospital. Marian lidia cotidianamente con la el código azul y la muerte, despertando en ella una suerte de compulsión tanatofóbica que le lleva a coleccionar objetos de los difuntos y que deriva en cierto grado de locura en el que las obsesiones van tomando control de su mente y llevándola gradualmente a un estado cada vez más frágil.

Code Blue es una obra oscura, claustrofóbica, con una enorme apetencia por los colores fríos como ocurría en Nothing Personal, y que representa el tránsito final como pocas. La directora, se mueve con soltura disponiendo cuidadosamente los elementos de formas geométricas a menudo inversímiles, proyectando de esta manera los fantasmas cotidianos a los que su protagonista se enfrenta.

La película se abre con un escalofriante gesto mudo de dolor de una mujer moribunda acompañado de un apasinado addaggio que causa un profundo desasosiego en el espectador, desasosiego por el que nos moveremos durante todo el metraje y que no nos abandona en toda la proyección, recibiendo el final de alguna forma como alivio, lo que no deja de ser, tal vez, una metáfora de lo que es la muerte.

Sin secuencias fuera de sitio, los silencios son manejados con maestría para contribuir a la incomodidad en el visionado, y la locura de su personaje principal es vista desde una perspectiva íntima que nos plantea cercanía, desconsuelo y angustia por igual y que plantea la contemplación del vacío final como algo embriagador y obsceno a la vez.

Es difícil resistirse a mencionar el papel de la piel en la cinta. La cuidadosa delicadeza con la que el cuerpo marchito tanto de Marian como de sus pacientes nos es mostrado, la ternura que transmite en estos últimos, y el dolor de lo inevitable que acompaña a la primera hace que las últimas escenas, con un marcado erotismo sadomasoquista (que dicho sea de paso, últimamente abunda en el cine holandés), no se salgan de contexto, y que resulten un elemento complementario al visionado del film.

Disfrutará el espectador de una película técnicamente preciosista, íntima, sin abuso de tiempos (pecado extendido en las producciones de autor en los últimos años) y donde el simbolismo es medido sin que maree ni atenace durante el visionado.