Crítica: Paranoid Park

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¿Genial? ¿Brillante? Quizás. Esta película nos sumerge directamente en la mente del adolescente protagonista, y lo hace respetando de manera alucinante, creíble y veraz el discurrir mental y psicológico de un muchacho constantemente aturdido por las circunstancias que le rodean. El resultado es, sencillamente, soberbio.

Álex en "Paranoid Park"
Álex en "Paranoid Park"

Vamos con los responsables, o algunos de ellos, de este filme. La película está dirigida y escrita por Gus van Sant, quien se basó en el libro de Blake Nelson para elaborar el guión. Su protagonista es Gabe Nevins, quien comparte pantalla con Taylor Momsen o Jake Miller, entre otros.

Esta filme es genial, y lo es no simplemente por la capacidad con la que el director vuelve nuevamente a bucear con soltura por los caminos vitales de la juventud underground yanqui que puebla su filmografía, sino porque desdibuja los cauces narrativos habituales para conseguir una fluidez anárquica, caótica, con saltos temporales sin aparente orden ni concierto, fiel reflejo del estado mental y anímico de la figura central a la que da vida con extraordinaria soltura el joven protagonista y actor debutante.

"Paranoid Park"
"Paranoid Park"

El cineasta, al comienzo del filme, nos muestra un plano fijo del paisaje de la ciudad, Portland, en el que se pasan rápidamente los fotogramas mientras se oye una banda sonora bastante inquietante, que cambia de repente a música circense durante un minuto, para luego volver a la melodía inicial. La reacción que provoca en el espectador este simple cambio en el sonido es clave para introducirse de lleno en la historia, para comprenderla: un sobresalto para después volver al inicio, un inicio que tampoco es tranquilizador. Y es que precisamente eso es lo que nos explica Van Sant en el film: la vida de un adolescente, absolutamente monótona, estática dentro de su avance, introspectiva... que se ve interrumpida por un suceso, un sobresalto inesperado, para luego continuar con su vida, sin más.

El protagonista, además, logra aportar una naturalidad estremecedoramente espontánea a todo el recorrido de un personaje lleno de matices. Una escalada de temores crecientes presiden el absoluto: al primer sexo; a la visita al propio parque oscuro, tenebroso y fascinante, que da título al film; a ser delatado y hecho preso. A seguir existiendo.

Gus van Sant
Gus van Sant

La música, igual que he dicho al inicio, también es un elemento clave que utiliza van Sant en la película. Escuchamos punk, clásica, música circense... y siempre está relacionada con lo que siente Alex, y, de rebote, con lo que tiene que sentir el espectador. Tres ejemplos: La escena en la que él va conduciendo bajo la lluvia: se inicia con él cantando, es música alegre, él está contento, o al menos distraído. Continúa con clásica y, finalmente, no hay música. Sólo él, pensando. Otra, durante la que corta con su novia. No hace falta escuchar qué se están diciendo, la banda sonora que Alex le pone a la escena, que representa fielmente cómo él siente esa ruptura, ya nos lo explica. La última, en la ducha - la segunda vez que aparece la escena, cómo se entremezcla el sonido de las gotas cayendo, como si lloviese encima de Alex, pero mezclándolo con el piar de los pájaros que están pintados en las baldosas de la pared. Brillante. Y, para rematar, algunos de los efectos sonoros, que también nos hacen estremecer: el ejemplo que más me gusta es el del grito ahogado que se oye antes de finalizar la escena del interrogatorio, cuando Alex se está inventando lo que hizo la noche del sábado y el agente le interrumpe y le da la tarjeta de visita.

Así, Paranoid Park queda con un puzle perfectamente hilado y encajado de imágenes, sonidos y diálogos, una obra tan coherente y lógica en su conjunto como pretendidamente desordenada y enmarañada en las piezas que la componen. Y todo en apenas hora y media.

Perturbador. Brutal. Maravilloso.