El SIDA ha sido siempre un tema especialmente delicado, lo que no ha impedido que el cine lo haya abordado en más de una ocasión. En este caso, el director Jean-Marc Vallée hace a un lado la enfermedad como tal, para irse al lado social del problema. Un electricista seropositivo busca tratamientos alternativos para combatir a la enfermedad, en un mundo en donde a las farmaceúticas les preocupa más sus ganancias que el realmente ayudar a sus pacientes. Si bien el director se lava parcialmente las manos al hacerla una historia de época - la sitúa en 1986 - lo cierto es que esa problemática no ha perdido validez, y sigue siendo una fuerte obra de denuncia a pesar de que intentó velarlo de forma bastante leve, sabiendo que el mensaje llegaría a quienes realmente les interesa.