El árbol de la vida: Bailando con Dios y las estrellas

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El Arbol de la vida de Terrence Malick

Hay ocasiones, contadas eso sí, en las cuales, distintas formas de la expresión humana se tocan entre sí, la música con la filosofía, la ciencia con la religion, la literatura con el cine... ¿Cómo es posible hacer una película donde, a pesar del reparto, el actor protagonista no sea Sean Penn, ni Brad Pitt, sino el universo interpretándose a sí mismo? Terrence Malick se atreve con semejante desafío en El Arbol de la Vida en un interesantísimo ejercicio de estilo.

El controvertido cineasta, no se ha prodiga en la dirección más que en contadas ocasiones, recogiendo siempre temáticas en apariencia gastadas y generando obras que terminan por ser referencias con el tiempo. De Mallick nos han llegado joyas visuales como Malas Tierras (Bad Lands - 1973) a la que habría que dedicarle un monográfico completo en sí misma. Así mismo, fué capaz de reformular el cine bélico en La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line - 1998) y más recientemente, poner un sello propio a la historia de Pocahontas en El Nuevo Mundo  (The New World - 2005) con un soberbio Collin Farrel.

Pero en  El Arbol de la Vida, nos encontramos a un Malick reflexivo, soberbio, que, una vez despegados los pies del suelo, se atreve a volar, dejando que sus imágenes nos hablen y que los diálogos, escasos, pausados y una auténtica delicia en su versión original, sean un acompañamiento, en ocasiones redundante, que simplemente nos hace recordar que la película es por y para la humanidad en su conjunto.

El argumento es un repaso a la vida de Jack, un hombre de mediana edad interpretado por Sean Penn, centrándose en su infancia en el seno de una familia de clase media americana durante los años 50 y su madurez, encerrado en la soledad del moderno hombre isla. Brad Pitt se muestra como un rígido padre convencido de que la vida que les espera es demasiado dura y que debe de preparar a sus hijos para ella mediante disciplina y esfuerzo como contrapunto a su madre, interpretada por Jessica Chastain, en el que es un papel que puede marcar su definitivo despegue después de haber interpretado al joven alter ego de Hellen Mirren en La Duda.

Pero no nos confundamos, ni perdamos de vista que la película no es lineal. Mallick nos muestra la historia de Jack como podría mostrar la de cualquier otro, y la magia la otorga al enmarcar la experiencia vital de lo que no es más que un ser humano cualquiera en la inmensidad del universo haciéndonos parecer insignificantes, y a fé cierta que lo consigue, pues lleva al espectador a una escala del tiempo en el que su vida entera no es sino un suspiro, y su presencia, más desapercibida que la de un grano de arena en el desierto.Veremos a Jack pasar por experiencias cotidianas, con hechos que marcan su vida de adulto, como duelos, amistades inquebrantables. También veremos a los padres de Jack con los que resulta fácil identificarse por la misma razón para llegar al final a la conclusión de que sólo el amar puede hacernos felices.

¿Qué pinta Dios en todo esto?. Probablemente eso es lo que el director quiere que se pregunte el espectador. En una época en la que existen grupos creacionistas que niegan la evolución, teóricos del diseño inteligente, ateos fundamentalistas y tantos otros, Mallick, a través de su película,plantea la existencia misma como el mayor de los milagros, ofrece los elementos contrastados que se conocen y al final de la película, nos expresa su opinión en forma de relato onírico y existencialista con el fin último de que sea el espectador, en última instancia, el que se plantee con todos los hechos en su mano la pregunta sobre si Dios existe, un dios cruel, que quita y que castiga, y que parece escuchar, pero nunca contesta.  ¿Somos importantes para él en todo el marco de la existencia misma, parte del plan maestro, o simplemente somos producto del azar?. Obviamente, no espere encontrar el lector respuestas en la película, si no reflexiones en las que profundizar.

Merece la pena mencionar dos aspectos de esta película que la dotan de toda la fuerza que hemos descrito. La fotografía, firmada por el mexicano Emmanuel Lubezki, que ya trabajara con Mallick en El Nuevo Mundo y que firma también la formidable ambientación de Niños del

 hombre y sobre todo, la inestimable colaboración de Douglas Trumbull, nombre que no dirá mucho, pero que aparece en los créditos de 2001 una odisea en el Espacio marcando el ritmo de las escenas finales al igual que marca las escenas cósmicas en la cinta que estamos analizando, ya que por momentos, el metraje recoge el guante que ya lanzara hace casi 45 años Stanley Kubrick y nos lleva a sobrevolar de nuevo la mítica superficie negra del monolito.

El segundo pilar que hay que mencionar es la música, magistralmente dirigida por Alexandre Desplat, al que conocemos de la franquicia Harry Potter, El Discurso del Rey y La Saga Crepúsculo y que mezcla sin pudor composiciones propias con grandes clásicos (Holst, Brahms, Mahler entre otros).

Mallick, ha sabido pues, dotarse de los elementos necesarios en un fabuloso (porque realmente es una fábula de la que estamos hablando) ballet cósmico y personal, para hacer su película, que no es ni más ni menos que la película de (permítame el lector que le tuteé) tu vida, la vida de tu pareja, la vida de tu mejor amigo y en definitiva, la vida de todos nosotros.