
El cine ha sido, en más de una ocasión, una especie de heraldo de descubrimientos posteriores, y en algunas ocasiones, hasta se ha adelantado a su descubrimiento formal. Uno de los casos más interesantes, sin embargo, no forma parte de la ficción, sino que fue un descubrimiento totalmente real, en donde los cineastas se adelantaron.
En la década de los treintas, la psicóloga soviética Bluma Zeigarnik descubriría el llamado Efecto Fraccionario, que se conoce como Efecto Zeigarnik. De acuerdo a sus estudios, la memoria retiene con mucha más facilidad hechos incompletos o fraccionados que los que se completaron. Es por ello que los pacientes tienen una idea más clara de sus fracasos o momentos inconclusos que de sus logros.
Sin embargo, desde los inicios del cine, se usaba ya este principio: Cualquier cabo suelto en una narración, o hecho sin explicar, quedaba bien definido en la mente del espectador, y era más sencillo de explotar posteriormente. De hecho, el funcionamiento de una película se basa en ello: mientras no haya una explicación o conclusión de los hechos, el interés de mantiene. Curiosamente, la científica sólo lo aplicó a las cuestiones conductuales, sin tocar para nada el aspecto narrativo del mismo, que es especialmente rico.