Hara Kiri: Muerte de Un Samurai. El círculo se cierra para Takashi Miike

| |

Hara Kiri muerte de un samurai

Desde que Akira Kurosawa nos dejara, son varios los realizadores japoneses que pugnan por hacerse con el título de uno de los más grandes cineastas que dio el siglo XX.

En esta carrera, no es descabellado pensar que Takashi Miike parte con cierta ventaja. El polémico realizador oriental, reponsable de la venerada  y ultraviolenta "Ichi The Killer", trae a las pantallas Ibéricas con más de un año de retraso su fantástica Hara Kiri: Muerte de un Samurai, remake de una obra maestra de 1962 dirigida por Masaki Kobayashi.

Hara Kiri: Muerte de Un Samurai

Tras la explosión en dos actos de Thirteen Assassins, una primera consistente en una diserción sobre el honor entendido en el Japón feudal, y una segunda donde se llevaba a cabo una auténtica avalancha de metal, Hara-Kiri puede invitar a pensar que definitivamente, Miike se atreve con los conceptos más clásicos del cine japonés, y así es. Pero no se lleve a engaño el espectador. Hara Kiri puede alejarse de los tópicos del cine de samurais, pero el resultado es una conmovedora historia, un drama perfectamente extrapolable a los duros tiempos que corren repleto de elementos que caracterizan este subgénero.

El argumento, ambientado en una época de paz del Japón medieval, cuenta la decadencia de la casta de guerreros Samurai sin guerras en las que servir, y con una poderosa carga en forma de votos de honor. En este entorno, la vida sigue ajena a las duras circunstancias en las que una familia pugna por sobrevivir en un tiempo que ya no es el suyo. Situaciones dramáticas pero cotidianas, atemporales y a la vez repletas de sentimiento que llevan a los personajes al propio límite de la existencia, trando de resistirse al cambio y se aferrándose a las tradiciones seculares mientras la vida gira bruscamente alrededor, todo ello con unas interpretaciones que rayan a gran altura.

Y es que es un misterio difícilmente desentrañable el hecho de que los actores japoneses fracasen casi en su totalidad cuando salen del entorno de producciones patrias, así como ocurre en sentido inverso entre actores occidentales que prueban fortuna en el cine nipón.

La factura musical de Ryûichi Sakamoto es en sí mismo un personaje más, dotando todo el metraje de una atmósfera a la par lírica y desasosegante como sólo el genial compositor es capaz de conseguir.

Pero si por algo destaca Hara Kiri, muy por encima de sus interpretaciones,  e incluso por encima de la música, es por su profunda fotografía, poética en sí misma y que sigue el tono general de la película, jugando con tonos y colores en forma de mágico rompecabezas que exhalta las dotes dramáticas del resto del elenco que da vida a la obra.

Destacan, pues, elementos propios del teatro Kabuki como por ejemplo, el contraste floral de colores (al contrario que el original del 62, filmado en blanco y negro), que dota al total de un conjunto armonioso, de modo que Hara Kiri viene a ser una suerte de sinfonía visual donde los instrumentos son desempeñados por las personas, y coreografiados de forma magistral por Miike, resultando un conjunto muy apetecible y muestra del explendor que vive en los últimos años el cine nipón... siempre que no tenga un monstruo acuático por medio, claro está.