La Cumbre Escarlata

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Manuel Cruz

@cruzderivas

Durante los años 90, el misterio de Laura Palmer y su trágica muerte acechó numerosas televisiones estadounidenses, llegando quizás a una escala mundial. La búsqueda de su potencial asesino se convirtió en la narrativa inicial de Twin Peaks, pero la obra de David Lynch y Mark Frost también se enfoca en los peculiares habitantes que rodean el lugar del crimen, y los conflictos emocionales que invaden su cotidianidad, atados o no, al fallecimiento de Laura Palmer. Twin Peaks pareció imponer la intriga de explorar un misterio por encima de obtener su resolución lógica (al menos durante su primera temporada), en el camino estableciendo nuevas posibilidades para la narrativa dramática del crimen.

Años después, Guillermo Del Toro parece seguir una premisa similar: en La Cumbre Escarlata hay una chica, un espacio misterioso, e individuos de intenciones poco claras. La chica es Edith Cushing, cuyas ilusiones literarias se ven frustradas por el dominio varonil de la profesión (así como, en apariencia, cualquier otra) en Estados Unidos del siglo XIV. Su ansiedad por crear nace de una aparición extraordinaria: mientras el resto de su clase social está obsesionado con el amor, ella cree en fantasmas, porque los ha visto. Su narrativa (al igual que aquella de la cinta) busca incluir a los fantasmas en el mundo real, despojados de su designación mítica o sobrenatural. Como Edith misma dice al inicio de la cinta: "mis historias no son de fantasmas, son historias donde hay un fantasma"

Jessica Chastain en La Cumbre Escarlata
Jessica Chastain en La Cumbre Escarlata

El paralelismo y encuentro de la "realidad" con lo "fantástico" no son nuevos para Del Toro. El Laberinto del Fauno ciertamente los emplea, pero de una forma más ordenada. Por contraste, La Cumbre Escarlata danza entre ellos antes de llegar a una síntesis: Aunque Edith se encuentra con el fantasma de su madre, que le advierte del lugar por el que la cinta lleva su nombre, siempre vuelve a la realidad, enfocada en su posible romance con Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un joven empresario inglés con ambiciosos sueños y - como se descubre más adelante - un misterioso pasado. Estas secuencias revelan el interés en Del Toro por desarrollar personajes antes de involucrarlos en el misterio, respetando sin ningún sentimiento de exageración al contexto histórico y social que los rodea: un mundo dorado de pseudo-príncipes y princesas, de una esperanza palpable pero no empalagosa, que gradualmente se va oscurece do hasta demostrar que las historias de personajes así no son exclusivamente como Edith - o la audiencia - las imagina.

La trayectoria artística de del Toro demuestra su respeto por el universo fantástico, pero La Cumbre Escarlata representa un acto de evolución para los arquetipos en su tradición narrativa: El planteamiento de buenos y malos, aparentemente estándar en el mundo de historias fantásticas (o al menos, su presentación según Disney) queda establecido con eficiencia y claridad: Thomas pierde su bondad superficial velozmente, y sería difícil no sentir sospechas ante la primera aparición de su hermana Lucille (la espectacular Jessica Chastain), portadora de un enorme anillo rojo, un vestido negro, y un rostro genuinamente maléfico. Lo que queda, al menos si la cinta quiere conservar su originalidad, es saber por qué. O al menos intentarlo. Al igual que Twin Peaks, la originalidad de La Cumbre Escarlata reside en la exploración de su misterio. Y aún cuando este queda explicado, las dudas permanecen, no como elementos poco trabajados de un guión, sino como oportunidades para volver a visitar su historia. Del Toro ha planteado un estándar notable: la utilización de monstruos y efectos detrás de una increíble dirección de arte y fotografía (obra de Brandt Gordon y Dan Laustsen) para atraer a su audiencia a una narrativa compleja y reflexiva. La Cumbre Escarlata no sólo es un convencimiento sólido para creer en lo fantástico, es una racional invitación a entender su importancia en la realidad.