La franquicia de los Cazafantasmas nos muestra las dos formas de ser incluyente

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Querámoslo o no, el término incluyente llegó para quedarse, y el nuevo cine tendrá que adaptarse a ello para poder continuar. Sin embargo, una de las cosas que se ha demostrado es que, como todo en esta vida, las cosas pueden hacerse bien, o mal. Y curiosamente, hemos visto con claridad estas dos vertientes en una sola franquicia: Ghostbusters.

Seguramente todos recuerdan - por más que tratemos de olvidarlo - el remake de la saga del 2016, en donde simplemente se intentaron hacer cuatro versiones de los personajes originales, pero feminizadas, y haciendo un fuerte énfasis en ello. Al ser sólo copias, y valerse de personajes genéricos, ninguno logró generar empatía con el espectador, por lo que nunca pudieron identificarse con cada una de ellas.

Ghostbusters Afterlife, por otro lado, nos presenta una protagonista femenina mucho mejor construida, en donde no es importante sólo por ser mujer, sino por su propia personalidad, que está perfectamente definida. Sin adelantar mucho de la trama, para no generar spoiler, Phoebe surge del legado de un varón, con un peso muy importante para ella, y si bien no rechaza esa influencia, desarrolla su identidada definida e independiente, haciéndose un nombre por sí misma.

No estaría de más darle una mirada al remake antes de ver la nueva versión, y seguramente podremos aprender mucho de como se hacen las cosas bien y mal.