La isla de Belcebú

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Imagínense llegar a un isla desierta, y enfrentar el reto de sobrevivir en soledad y luchando contra las inclemencias de la naturaleza.  La situación no es nueva de ningún modo,  ha sido tema recurrente en la literatura y posteriormente en el cine y la televisión. Incluso en la BBC radio hubo un programa muy famoso, donde se le preguntaba a celebridades de distintos campos, los cinco libros y cinco discos de música que se llevarían a una isla desierta. Las elecciones de los invitados resultaban muy ilustradoras de lo placeres tan simples y comunes que a veces tiene la gente destacada. 

Pero el mejor ejemplo literario acerca del tema, es sin duda Robinson Crusoe escrita por Daniel Defoe y publicada en 1709. Siendo ya un personaje paradigmático, constituye  un buen retrato del náufrago desolado que  tratando de sobrevivir, se encuentra a sí mismo.  La de Crusoe es una historia de sobrevivencia y lucha interna, el hombre y su determinación lo pueden todo, incluso en las peores circunstancias. Sin embargo la relación de Crusoe con la isla es la de un mero recurso escenográfico y ambiental. Daba lo mismo que fuera una isla, una montaña o cualquier otro tipo de paraje salvaje e inexplorado.  

Este asunto es relevante porque la situación fue cambiando con el tiempo.  El cine reconstruyó la historia con variantes centradas en el drama humano como en Blue Lagoon (Laguna Azul), donde dos jóvenes descubren el amor de manera natural, o en La Isla de Dr Moureau, donde de otro modo el Doctor no hubiera podido llevar a cabo sus experimentos; y últimamente en Cast Away ( el naúfrago ) con Tom Hanks. La cinta es una reelectura del trabajo de Defoe con algunas modernizaciones.  Pero hubo otras maneras de incorporar  la isla más como un personaje  que como mero elemento escenográfico.

El mejor ejemplo de ello es The Lord of flies (El señor de las moscas) de William Golding publicada en 1954.  El libro se convierte pronto en una de las obras literarias del siglo XX porque motiva reflexiones muy interesantes sobre varios tópicos: el origen de los instintos violentos, la educación represiva, la tendencia a ser violento cuando los controles sociales se relajan. El libro relata la historia de un grupo de muchachos que naufragan cuando viajaban como parte de una excursión escolar. Una vez solos y sin ningún adulto cerca, deberán organizarse para sobrevivir y protegerse, incluso de ellos mismos. 

Pero aquí lo interesante es que la isla es más que el escenario donde transcurre la historia. La isla parece cobrar vida y empujar a los protagonistas a que lleguen al extremo de su resistencia, poniéndoles obstáculos, generando escasez, dividiendo a los grupos por cuestiones geográficas.

La isla – para algunos es la recreación de Jardín del Edén, donde habita la bestia del mal que no debe ser despertada. Los chicos logran desatar la furia del mal cuando trasgreden las normas de convivencia, dejándose llevar por sus instintos. La isla también representa la desolación, el aislamiento y la soledad en que muchos seres humanos viven confinados luchando con sus instintos primarios.  El libro es usado como recurso didáctico para la materia de ciencias sociales e muchas escuelas norteamericanas, hay numerosos sitios en internet donde se analizan los roles de cada uno de los personajes, el carácter simbólico con el que están construidos y orientan a discusiones colectivas sobre los temas ya citados. Se ha filmado dos versiones del libro: una en 1963 dirigida por Peter Brook y otra en ­­­1990 dirigida por Harry Hook. 

Un buen ejemplo de cómo esta manera de dibujar la situación del náufrago ha trascendido en el tiempo, la encontramos también en Lost. Aquí hablamos de un grupo más diverso que el descrito en la novela de Holding, - donde solo había adolescentes, sin personas adultas y nula presencia femenina- pero igual confronta a los protagonistas para llegar a sus límites de resistencia. La isla aquí también definitivamente cobra vida propia, aunque en esta ocasión, los mensajes no son del todo subliminales: visiones, materialización de ilusiones paranoicas y hasta curaciones milagrosas, nos  hacen pensar que definitivamente la isla está tramando algo.  

En Lost encontramos nuevamente el relato de naufrago que llegó en avión y que ha tenido que organizarse para sobrevivir. Pero el instinto, la codicia, y otras bajas pasiones, terminan por generar conflictos y dramas humanos más allá de la tragedia misma del desastre.  Lo interesante es que la historia – con algunos giros de tuerca- recupera el dilema del naufrago abandonado, y lo que pareciera ser una historia ya contada, logra acaparar el interés del publico a través de varias temporadas. Y es que algo hay en Lost que nos hace pensar que después de todo, el rescate no sería del todo un final feliz, como en los casos anteriores.

Esta nueva temporada que incluye visiones del futuro, nos muestra que en realidad nunca dejarán la isla: la llevarán consigo todo el tiempo, porque es el recuerdo de su propio aislamiento. No se necesita estar en medio de la nada para descubrir que en realidad estás solo y perdido en la vida misma. 

Es así que la isla puede ser el demonio mismo, como lo sugería el título de William Holding: El señor de las moscas, es  Baal Zebut, Dios pagano que se transformaría ni más ni menos que en Belcebú, demonio de orden mayor que junto a otras siete personificaciones demoníacas  se les atribuyen los pecados capitales. A Belcebú le toca la gula… y no por nada Holding usa la figura gráfica de la cabeza de un cerdo como la ofrenda que presentan los niños a la bestia de la Isla.  Es así que el mal que te rodea, puede presentarse también en forma paradisíaca… la única manera de ver tétrico un paisaje con playa y palmeras.