La vida inmoral de la pareja ideal y de por qué un título puede derrumbar una estructura narrativa

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Aunque la experiencia artística es parte de la educación sentimental de cada quien, hay canciones que se convierten en un evento de multitudes: nos hacen pertenecer y a no sentirnos solos, como si cuando cantáramos por las calles con los audífonos puestos, lo hiciéramos con toda nuestra generación. Ese sentimiento me invadió cuando vi el primer tráiler de La vida inmoral de la pareja ideal al escuchar la voz de Gustavo Cerati y de Saúl Hernández. Si con su anterior película No sé si cortarme las venas o dejármelas largas Manuel Caro, el director, se había dispuesto a retratar las relaciones humanas en esta era del esnobismo y las apariencias, en este filme su apuesta era titánica: hablarle al inconsciente colectivo de aquellos de quienes fueron adolescentes en los noventa.  Al menos una lista de canciones de esos años retumbaba en la sala. ¿Habrá podido filtrarse entre las grietas del tercer piso ese sonido y habernos recordado los tiempos en que éramos rebeldes?

El epígrafe de la película describe que los caballos de mar sólo tienen una pareja en su vida, y que al morir uno, el otro también perece por el dolor de la pérdida. Al final de La vida inmoral se hace alusión de que Igor, un escritor fantasma que participa en las peripecias de la trama, relatará la historia en un libro titulado Los caballos de mar. Y aunque la intención del director es la sofisticación con el recurso metanarrativo de hacer que un personaje ficticio retome lo contado en el filme por medio de un libro, esto nos devela un punto débil en el guion: el título.

Martina y Lucio, los personajes principales, son unos adolescentes que se sublevan en contra de las creencias católicas de su entorno
Martina y Lucio, los personajes principales, son unos adolescentes que se sublevan en contra de las creencias católicas de su entorno

“Inmoral” es un adjetivo que implica rebeldía en contra de una “moral” establecida. Y, en efecto, se supone que Martina y Lucio, los personajes principales, son unos adolescentes que se sublevan en contra de las creencias católicas de su entorno. Sin embargo, si acaso se menciona al principio el carácter religioso del colegio, y, peor aún, es hasta el final que nos enteramos que la historia se desarrolla en San Miguel de Allende, Guanajuato, lugar que se distingue por sus costumbres conservadoras. El entorno, que debería funcionar como una bestia abstracta que hace la vida inhóspita, es como de esas escenografías de obras escolares en las cuales, por el poco presupuesto, el paisaje de fondo es un dibujo hecho con gises de tonalidades pasteles sobre una tela blanca: nunca luce intransigente con los personajes, ni tampoco es un detonador dramático; se diluye en un discurso cuyo concepto de libertad es emanado de un manual de cómo ser rebeldes en tiempos de Facebook. A pesar de que en el clímax los padres, los maestros y hasta los compañeros de los protagonistas vociferen la palabra como almas en pena del infierno dantesco, la inmoralidad que ostenta el título es un juego de adolescentes.

Los jóvenes parecen extraídos del siglo XXI desde la infame serie Soy tu fan
Los jóvenes parecen extraídos del siglo XXI desde la infame serie Soy tu fan

El terreno movedizo del entorno dramático provoca que no se contextualicen las circunstancias de Martina y Lucio, por más que se añada un soundtrack de los noventa que incluye a Soda Estéreo, Caifanes y Duncan Dhu. Da igual el tiempo y el espacio de la obra. Los jóvenes parecen extraídos del siglo XXI desde la infame serie Soy tu fan, donde lo “inmoral” se convirtió en el estatus quo de la sociedad; ésta más que infringir dificultades, alienta y cobija a los personajes. Los noventa es una sombra musical que sirve para, al parecer, rendirle culto a la “moral” de la actualidad donde la rebeldía implica estar de acuerdo con todas las posiciones. Mi opinión quizá esté influida en gran parte, ya que aún permanece fresca Sing Street, donde la música y la juventud jugaban un papel primordial en la trama. No obstante, aquí la atmósfera asfixiante de la Irlanda católica de los ochenta es usada por el director John Carney para generar en los protagonistas un autodescubrimiento en un mundo cruel y despiadado, contrario a los videos de colores de Duran Duran. Las canciones son gritos airados, y no un ornamento.

Aún permanece fresca Sing Street, donde la música y la juventud jugaban un papel primordial en la trama
Aún permanece fresca Sing Street, donde la música y la juventud jugaban un papel primordial en la trama

Manuel Caro centra su atención en -hay que reconocerlo- una sólida narrativa que relata por medio de flashbacks por qué los adolescentes se separan, en voz de los personajes ya entrados en los treinta en la época actual. Sin embargo, a esta estructura exacta y firme que no deja cabos sueltos le faltan motivos, pasión, humor, sobre todo humor: los chistes pierden su efectividad ante tanta sofisticación, con todo y Mariana Treviño y Paz Vega, cuyos personajes de trazos exagerados son agradecibles, en una comedia donde escasean las risas. Como dice la sensacional canción leivmotiv de La vida inmoral del grupo Los Prisioneros, hay mucha estrechez de corazón en la historia.

La vida inmoral de una pareja ideal

  • Reparto: Cecilia Suárez, Manuel Garcia-Rulfo, Ximena Romo, Sebastián Aguirre, Andrés Almeida, Paz Vega, Natasha Dupeyrón, Juan Pablo Medina, Mariana Treviño, Nina Rubín Legarreta, Javier Jattin, Eréndira Ibarra, Sofía Sisniega, Francesco Roder, Mayte Gil
  • Guion: Manuel Caro
  • Director: Manuel Caro
  • Distribuidora: Cinépolis

Calificacion 6