En el año de 1942, el cine mexicano sorprendió jugando con un concepto que, si bien actualmente es un lugar común, en ese entonces era totalmente innovador: La cinta La Virgen que Forjó una Patria, de Julio Bracho, comienza narrándonos la historia de los primeros días de la Independencia de México, para después brincar violentamente al Milagro del Tepeyac, centrando prácticamente toda la cinta en el mismo. Si bien no lo dice abiertamente, marca a la Virgen Guadalupana como un ícono de la mexicanidad, mezclado, y al mismo tiempo trascendiendo, su calidad de símbolo religioso. Vista con la mirada actual, se vuelve una cinta que no puede uno dejar de ver, pues tiene muchos excelentes elementos de análisis.
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Junto con la de Valentín Trujillo infaltable en estas fechas