Las adaptaciones pueden ser una oportunidad de re-invención, especialmente de cara a nuevos públicos. Quizás varios espectadores descubrieron a El Señor de Los Anillos con la extraordinaria trilogía de Peter Jackson, y decidieron explorar la obra original de J. R. R. Tolkien (el caso ideal para muchas relaciones entre literatura y cine) Alfred Hitchcock trajo La Soga, Disney se ha comido a todas las hadas del cuento, y recientemente, Mark Osborne lanzó en cines una interesante versión de El Principito. Ahora es turno de Macbeth, obra de William Shakespeare que ciertamente no desconoce al cine, desde la excelente versión de Roman Polanski hasta la genial Scotland PA.
Dirigida por Justin Kurzel, este nuevo Macbeth demuestra su gusto por lo épico sin pena alguna: La batalla inicial sirve para relucir la extraordinaria fotografía de Adam Arkapaw, y quizás, la evolución de violencia gráfica en los últimos 20 años. Entre espadas y degollaciones a cámara lenta, se podría concluir que el cine y la televisión no se crean ni se destruyen, pero sí se comunican. Una vez que eso ha terminado, el lenguaje de la obra teatral sale en boca de Las Brujas (Kayla Fallon), (Lynn Kennedy) y (Seylan Baxter), el Rey (David Thewlis), y desde luego, Macbeth (Michael Fassbender), quien velozmente se une a su manipuladora mujer, Lady Macbeth (Marion Cotillard).
En un esfuerzo por no arruinar una trama con siglos de existencia, Macbeth se puede resumir en que “todo le va muy mal a la gran mayoría de los personajes”. Pero uno de los factores más interesantes en la obra es por qué sucede esto, y es ahí donde, para algunos, la versión de Kurzel empieza a cojear entre tantas batallas.
En pleno siglo XXI, no sería imposible que algunos denotaran al lenguaje de Shakespeare como inverosímil. Pero el teatro y el cine ocurren durante un periodo de tiempo, y el desaprovechamiento de este acecha a la cinta. Después de que las brujas advierten al victorioso Macbeth de su futuro como rey de Escocia, su mujer enfatiza en seguir aquel consejo - después de asesinar al rey actual, desde luego - A diferencia de su esposa, Macbeth está inicialmente repleto de dudas ante tal crimen, y estas crecen después de cometerlo.
La culpa de Macbeth es central a la obra, pero Kurzel parecería estar más interesado en las acciones consecuentes de esta (es decir, número de personajes secundarios fallecidos) Aquellas escenas convierten a Macbeth en una película de acción medieval, la mayoría de las veces entretenida (aunque la batalla final entre Macbeth y Macduff (Sean Harris) se siente como si John Woo hubiera dirigido la escena con una espada y un filtro de Instagram titulado “paprika”, ligeramente fuera de lugar), pero el desarrollo de personajes queda como un elemento secundario, cuando las cosas podrían ser al revés. El peso del crimen en Lady Macbeth queda expresado en una secuencia, y aunque las actuaciones de Cotillard y Fassbender son extraordinarias, sólo existen durante el tiempo que Kurzel permite, zumbando entre una progresión de elaboradas secuencias de acción.
Cerca de las dos horas, Macbeth tiene prisa. Prisa por contar la historia que muchos ya conocen, pero sin espacio para dejar que su elemento revolucionario respire. Quizás la acción excesiva es una re-invención moderna, pero no para todos. Haciendo eco de la obra: “Si, Macbeth, es una daga esto que ves frente a ti. Prepárate para ver 50 más, pero no preguntes cómo te sientes respecto a tantos cuchillos en casa”
Manuel Cruz
@cruzderivas
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