México Barbaro: sexo nada convencional, canibalismo, y mutilaciones por doquier

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A principios de los noventas se acuño el término "nuevo cine mexicano" por parte de una industria cinematográfica que buscaba renacer, calificando así el renovado interés del público por creaciones nacionales, tales como Rojo amanecer, La leyenda de una máscara y Pueblo de madera. Sin embargo, sólo unas pocas más desde entonces hasta la fecha, merecen el apelativo de novedosas.

La tónica de la gran mayoría de las películas mexicanas ha sido contar historias sórdidas, donde lo que reina es el lado más raquítico de nuestra conducta moral. Mujeres que terminan prostituyéndose por venganza o desamor; machos que educan a sus hijos bajo una moral casi porfiriana, pero que en la clandestinidad desahogan sus apetitos homosexuales; la sociedad pobre o menos pobre que termina vendiendo su dignidad por comida, dinero, fama, compañía. En fin.

El otro lado de la moneda apareció con la llegada del nuevo siglo, una serie de películas con un reparto mayoritariamente joven y sin duda dirigido a los jóvenes, nos han presentado una realidad que sólo vive una muy pequeña porción de nuestra población, pero que en el afán aspiracional puede funcionar. La clase pudiente que vive de manera frívola y alocada.

Los guionistas son casi dispensables, porque los diálogos son tomados del vocabulario de los jóvenes, quienes poseen un repertorio lingüístico reducido y donde las groserías son el núcleo del parlamento. Sus problemas consisten en encontrar con quien tener sexo, dónde, cómo hacer para no desprestigiarse sin dejar de ser promiscuos, y supuestamente todo esto es comedia. Y lo que una década antes se consideraba un drama ahora es motivo de risa.

La actual década oscila entre estas dos corrientes, y pocas son las obras novedosas y los realizadores que se atreven a hacer algo diferente. Uno de esos recovecos es el cine de terror, género poco tratado y con resultados más bien decepcionantes. Sin embargo, contrario a nuestros prejuicios que nos indican, con justa razón, no ver más cine mexicano, hay una película de relativamente reciente, que nos invita a verla, aunque sea tan sólo por la curiosidad de saber a qué se refiere su título: México Bárbaro.

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México Bárbaro se estrenó en las salas de cine en 2014. Es una colección de historias de horror, o al menos eso pretende. Ocho directores se reúnen para contar historias relacionadas con el folclore de nuestro país, ya sean leyendas o historias de violencia actuales que bien o mal se aventuran a explorar con nuevos recursos en el cine macabro.

Tzompantli abre la compilación. El director Laurette Flores Bornn presenta una audaz idea, los decapitados victimas del narco, son una ofrenda para los dioses prehispánicos. No muy bien realizada, pero el concepto es interesante y las actuaciones aceptables, aunque con una pésima edición de audio.

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Edgar Nito dirige Jaral de Berrios. Dos bandoleros se refugian en una hacienda abandonada, uno de ellos esta renuente a quedarse ahí, porque cree que es un lugar maldito. Historia de fantasmas con un argumento algo flojo, pero que luce una ambientación, maquillaje y efectos especiales que no acostumbramos ver en nuestras producciones nacionales.

En un ambiente onírico, Aaron Soto muestra un relato sencillo sobre una adolescente que luego de consumir mariguana que tomó de un cadáver, se ve impelida por un ser repulsivo a verter la sangre menstrual de su hermana en un recipiente: Drena. Malas actuaciones y pobre producción, pero lo suficientemente loca como para mantenernos interesados.

La cosa más preciada, de Isaac Ezban, es un intento por homenajear el cine clase B de los años setentas, desde la fotografía, que debería parecer una cinta en mal estado, hasta los desagradables efectos especiales y maquillaje caricaturesco combinados con escenas de sexo. La actuación es malísima, pero no parece haber sido parte del homenaje y, sin embargo, si eres afecto al cine clase B, resulta muy entretenida.

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Con unas actuaciones peores que las de los extras de Lo que callamos las mujeres, Lex Ortega ostenta el más experimental de los cortos: Lo que importa es lo de adentro. El único acierto del segmento es presentar una escena sangrienta de lo que le espera a cualquier niño que se tope con el hombre del costal.

Jorge Michel Grau dirige Muñecas, una versión muy mala de La masacre de Texas, ubicada en la isla de las muñecas de Xochimilco. Con todo y el innecesario blanco y negro, y con actuaciones mediocres, al final produce una que otra sonrisa.

Con un ritmo algo lento, Ulises Guzmán presenta un giro inesperado que rescata el corto, incluso de la mala actuación de uno de sus protagonistas. Maquillaje y efectos especiales decorosos, adornan Siete veces siete, el segmento de mayor profundidad argumental de la película, pero difícil de seguir por lo monótono de su narración.

La antología se cierra con Día de los Muertos, una bien lograda imitación de las películas de Robert Rodríguez, por parte de Gigi Saúl Guerrero, quien sin mayor exigencia logra llevarnos como espectadores a un festín de sangre y venganza.

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México Bárbaro debe considerarse un ensayo de lo que se puede realizar en nuestro país si dejamos las historias denigrantes y absurdas por otras que, sin pretensiones artísticas o meramente recolectoras de taquilla, nos inclinamos por crear con el fin de divertir.

Hay que reconocer que México Bárbaro es un esfuerzo no logrado, pero que, al fin y al cabo, permite ver cine mexicano como no se puede desde hace mucho, de una sola vez y sin recurrir a las palomitas y el refresco para sobrellevarlo. Tiene todo lo que gusta a cualquier seguidor del cine gore, sexo nada convencional, canibalismo, y mutilaciones por doquier.