No hay fin de semana que se precie de tal, que no ofrezca una buena cantidad de películas adaptadas a la pantalla chica. Si bien para muchas personas es la oportunidad de ver todas esas producciones que no pudieron hacer en su momento, lo cierto es que no es nada sencillo, y es mucho lo que se pierde en este proceso.
En general, el primer problema es el formato, pues las pantallas televisivas tienden a ser más cortas a los costados que las de cine, por lo que el tamaño se tiene que ajustar a la misma, perdiéndose gran parte de los detalles visuales a los lados. Este cambio es inherente a todos los canales, sean del formato que sean.
La televisión de paga, y algunos de los de televisión abierta - como el 11 y el 22 - suelen respetar el idioma original, presentándolas con subtítulos, y sin cortar los tiempos de las mismas. Sin embargo, para los grandes consorcios, se tienen tiempos específicos para su transmisión, usualmente de tres horas, por lo que se tiene que cortar escenas para ajustarla al mismo. De la misma forma, ciertas escenas consideradas demasiado fuertes se eliminan, por lo que la versión para TV suele estar mucho más cortada que la original.
Por otro lado, el pasar una cinta en TV implica pagarle los derechos a la distribuidora, y ellos tienen que recuperar el desembolso de algún lado. Por ello, no debe de resultarnos extraño que la cantidad de comerciales que tienen sean excesivos. Y si a eso le sumamos que una cinta de cine no está pensada para tener un corte cada 15 minutos, entenderemos el porque la entrada de éstos suele ser en los momentos menos oportunos de la misma.
A pesar de todos esos inconvenientes, no hay duda de que sigue siendo una forma excelente de ofrecer el cine a todos los espectadores, tan es así que, para las distribuidoras, es una de las formas con las que pueden recuperarse en el caso de que la taquilla no haya sido tan buena como se esperaba, aunque en algunos casos excepcionles, ni siquiera así se arregla.