Manuel Cruz
@cruzderivas
Perdida es uno de los mejores documentales en la historia del cine mexicano, fundamentalmente porque se ocupa de esa narrativa: Viviana García-Besné (directora de la cinta) explora el pasado y presente de la familia Calderón (de quien es nieta), uno de los pilares (para bien y para mal, dependiendo del juicio público) en la historia del séptimo arte nacional. La noticia emerge mediante anécdotas de su abuela y sus tíos, que sirven de plataforma para que García-Besné no sólo los entreviste en cámara, sino también observe décadas de su vida (danzante entre el profesionalismo y la intimidad) en celuloide: Su bisabuelo fue de los primeros en traer el cine a México y Estados Unidos con una impresionante franquicia de locales, décadas antes del monopolio de dos cabezas en el que la industria se encuentra actualmente. Sus tíos, de los cuales sobrevive el entretenido Guillermo Calderón, produjeron la carrera de iconos como Ninón Sevilla, y son responsables por el cine de ficheras. Su abuelo es una figura obscura que dio origen al cine del Santo (y su multiplicidad de versiones, con distintos niveles de erotismo), y su abuela estuvo a punto de casarse con Ricardo Montalbán
Esencialmente, ver la historia de la familia Calderón es ver una buena porción de la historia del cine mexicano, y desde un ángulo refrescante. Aunque la cronología de hechos es bien conocida, la opinión de personajes fundamentales como Guillermo Calderón agrega un elemento de profundidad, quizás en un intento por desvelar el aparente “derrumbe” del cine nacional como empresa privada, que culminó con el rescate gubernamental por parte de Luis Echeverría, atravesó serios problemas bajo el reinado de Margarita López Portillo, y quizás no se ha movido mucho desde entonces, a un nivel estructural. Como el responsable inicial del cine de ficheras, Calderón no está avergonzando de su invención, ni mucho menos de haber empujado los estándares de erotismo en pantalla desde años atrás, con la coronación de Ana Luisa Peluffo como el primer desnudo femenino en cine nacional. Aunque la justificación para ello fue profundamente estética, el escándalo resonó, como recuerda Peluffo años después, en entrevista con García-Besné. Pero su contribución al cine nacional es clave, independientemente de la opinión: Transformar algo de la vulgaridad y censura al respeto, por bien del avance en la expresión artística.
Este es sólo uno de los temas que García-Besné enfrenta durante los 95 minutos de la cinta, saltando con habilidad entre décadas y personajes, aclarando rumores, y amarrando cabos que - ella como la audiencia - creen sueltos al inicio de la historia. Por encima de la excelente investigación, hay una fuerte sensación de cariño y admiración a todos los personajes que intervienen en la cinta. Se lo merecen, y no sólo por ser familia. Cumplen no sólo con una función empática (que muchas veces es una buena idea al ver cine), pero también con la ruptura de un prejuicio, uno de muchos en la historia de una nación que, como todas las historias, procura evitar momentos incómodos. Como García-Besné dice al inicio de la cinta: “Cuando intenté entrar a la escuela de cine, me dijeron que mi familia había creado el cine de ficheras”, cargando un estigma probablemente innecesario. Perdida es la oportunidad ideal para explorar fragmentos no oficiales - pero altamente relevantes - en la historia de un arte cambiante, y que podría verse amenazado con el regreso de un conservadurismo cultural similar al que enfrentaron los Calderón décadas atrás. Más aún, ahora que - por malos azares del destino - un icono de las ficheras ocupa un inmerecido puesto gubernamental.