El Payaso del Mal (Clown) no logra ser una cinta de terror efectiva, a pesar de su tópico infalible

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La mayoría de los guiones cinematográficos suelen escribirse en ocho secuencias divididas en tres “actos”, lo cual resulta conveniente para manejar las emociones de los espectadores y no estancarse. Y esto funciona bien en cintas de acción como las de los Avengers, donde todos saben que habrá (y la esperan) una gran batalla que cierre apoteósicamente la historia. Pero en el cine de terror esta fórmula provoca que exista un mayor nivel de predictibilidad, sobre todo en los slashers, donde ya se sabe que casi todos los protagonistas morirán, empezando por el afroamericano y sólo se salvará la chica guapa.

El final clásico del cine de terror, donde el mal es vencido, pero no del todo, hace que los spoilers carezcan de importancia.

Y esto nos lleva a hablar de El payaso del mal (Clown, 2014), de Jon Watts, distribuida en México por Gussi Cinema y estrenada el pasado fin de semana, y cuyo mayor gancho propagandístico ha sido el productor Eli Roth, pues es presentada como una cinta “del maestro del terror, Eli Roth”.

Clown, El payaso del mal
Más allá de que pueda considerarse a Roth como un maestro del terror (no lo es), el hecho es que esa frase fue la culpable de que existiera este largometraje.

 

En octubre de 2010, Jon Watts y Christopher D. Ford subieron a YouTube un tráiler falso de una supuesta película “del maestro del terror, Eli Roth”, llamada Clown. Roth lo vio, se sintió halagado, y un mes después decidió producirla.

El tráiler falso sienta la premisa del largometraje: Un payaso no podrá asistir a la fiesta de cumpleaños de un niño, pero su papá encuentra en un baúl un traje de payaso, con el cual se viste. Posteriormente, no se lo puede quitar y comienza a transformarse.

En el largometraje, el baúl es encontrado por el agente inmobiliario Kent (Andy Powers, un actor de TV en su primera oportunidad estelar) en una casa que acaba de poner a la venta, pues su dueño falleció. Kent, bajo el nombre de Dummo the Clown, aparece en la fiesta y la salva. Al otro día no puede quitarse ni el maquillaje ni el traje ni la peluca ni la nariz postiza.


Intenta rasgar el traje con un cutter y se corta la muñeca, sangrando dramáticamente. En vez de ir a urgencias, intenta cortar el disfraz por el cuello con una cortadora eléctrica, la cual se rompe. Su esposa Meg (Laura Allen) logra quitarle la nariz con unas pinzas, pero llevándose un pedazo de la nariz real.

Las escenas anteriores con el cutter, la cortadora y las pinzas son las que más llevan el estilo de Eli Roth, conocido por las cintas de Hostal. De hecho, la escena de la nariz es lo más impresionable de esta película que pronto se ve invadida de clichés:

Kent logra saber más del traje gracias a Herbert Karlsson, interpretado por Peter Stormare (John Abruzzi en Prison Break y el diablo en Constantine), quien le explica que los clowns vienen de una leyenda escandinava que ha caído en el olvido, la del demonio Cloyne, quien secuestraba y comía niños, cinco cada año, uno por cada mes del invierno. Y el traje que tiene puesto Kent es en realidad la piel de uno de esos demonios.

La transformación se va dando gradualmente. Un hambre incesante invade a Kent, por lo que escapa y comienza con su dieta de niños. Nunca se ve gráficamente cómo se los come, aunque suele vomitar los huesos. Y hasta causa empatía cuando se cena a un bravucón que molestaba a su hijo en la escuela.

Meg, como era de esperarse, intenta encontrar la forma de quitarle el traje, y a pesar de que Karlsson dice que la única solución es la muerte, conoce otra forma. Meg y Karlsson hacen equipo para buscar a Kent, dando pie a situaciones un poco graciosas. Parecieran Marge y Moe buscando a Homero en un especial de Noche de Brujas de Los Simpsons.

En esencia demasiado formulaica, Clown es una película para matar el tiempo. Difícilmente puede causar su esperado efecto de terror, en especial porque Andy Powers parece un clon de Seth Rogen, y uno espera que diga un chiste. Sin duda causará pesadillas sólo en entre los coulrofóbicos. De hecho, en Italia prohibieron el poster por lo siniestro que se ve el payaso.

Es muy sencillo pensar en una historia de terror con payasos, no hace falta quebrarse la cabeza (¿qué tal un tenor sicópata interpretando el papel principal de la ópera Pagliacci y que termine acuchillando a todo el elenco?), y por eso es difícil entender que Eli Roth pudiera caer tan fácil ante un halago inmerecido.

Mi recomendación es pasar por alto Clown y mejor darle un vistazo a Balada triste de trompeta (2010), donde el español Alex de la Iglesia muestra su oficio con una excelente película de payasos que sí dan miedo.