¿Quién vigila a Zack Snyder?

| |

Watchmen poster comparison

Cuando me acerqué por vez primera a este blog de cine, leí una nota sobre la incursión de Zack Snyder en la dirección de la re-re-recreación de Superman en la pantalla grande. He de confesar que soy de los que piensan que Snyder es un director sobreestimado, así que de inmediato, como fanático necio que no acepta razones – ¿acaso hay de otros?- denuncié el crimen de lesa humanidad que significa la adaptación cinematográfica de The Watchmen. Pronto llovieron comentarios –en realidad, sólo dos- que hablaban sobre la imposibilidad de cifrar punto por punto los artificios de la viñeta a los de un encuadre, aseveración a la cual no presento alguna objeción. Los que hicieron estos comentarios, obviamente, tomaron de presupuesto que era un fanboy que gruñó cuando el John Constantine de Warner Bros no se parecía en nada a Sting (como ocurre en el comic: Hellblazer)

Como se tiende por estos lares, donde las mentes más lúcidas resplandecen, mi comentario fue dilucidado de una forma injusta, porque se dota de complejidad algo que no lo posee; algo que no apela, claro está, a una magnífica inteligencia; más bien, a la sencillez sináptica de mi cerebro: de la manera más literal, escribí “me parece un crimen de lesa humanidad la adaptación cinematográfica de The Watchmen. ¡La adaptación cinematográfica!

Para ser sincero, mis conocimientos técnicos de cine son los de un espectador que de niño conoció la calidez de las salas multitudinarias y que se vestía con sus mejores pantalones color azul marino, de la mano de la tía Eli, para asistir al Palacio Chino o al Real Cinema. Sí, soy de los que añoran el crujir de papel que se desdobla del haz de luz del proyector. Así que mis razones- mis tripazones- serán de la solidez que implica no utilizar un órgano propicio para el pensamiento, sino para la digestión.

Espero no ser para los lectores eximios de este blog un palurdo insensato que se aprovecha del vacío insondable de la realidad virtual donde todo se oye. He aquí el porqué me siento ofendido por Zack Snyder.


Cuando vi 300, me sorprendió su puesta en escena; ese color entre óxido y sepia que parece que se resquebrajará ante la marcha del ejército invencible de Jerjes; las formas monstruosas, asexuales, que se enfrentan al hombre y a su artificio. Por el contrario, a mi entender, es excesivo el uso del mentado bullet time, que más que ser un remate a su arquitectura narrativa, se convierte en un elemento ubicable en la lista de los efectos especiales de moda, un acto reflejo mercadológico no muy distinto al que se efectúa cuando se manufactura un chocolate o un refresco nuevo. Dejando de lado la interpretación sociológica de superficial y corto alcance, el bullet time utilizado en las batallas de 300, en lugar de realzar la esencia del episodio de las Termópilas según Frank Miller, esto es, la defensa de lo creado por el hombre con base en la razón, resulta en un accesorio que privilegia el mejor enfoque para el desmembramiento y el borbotón de sangre. En fin, tuve la ligera impresión de que 300 atraería a machos adoradores del gore, con cierto talento en la decoración de interiores; este concepto que inferí, pronto se fue a la borda, ante la aceptación masiva de la película, que algunos no dudaron de colocarle la impronta de “obra de arte”. –He de ser yo el amargado- pensé.

Tiempo después, me entero que se llevaría a cabo la adaptación cinematográfica de The Watchmen, a cargo nada menos que del “visionario director de 300 “, cuyo nombre ahora sí guarde en mi memoria: Zack Snyder. Zack Snyder. Zack Snyder. Sí, mi mente dio vueltas cual tiovivo de la perplejidad, porque según mi diccionario Academia, la calidad de visionario se adecua a las personas que “por su fantasía exaltada, se figuran y creen con facilidad cosas quiméricas” o aquellas que “tienen la facilidad para conjeturar el futuro de un proceso”, y al menos que Snyder fuera esquizofrénico o pitonisa, pues, el adjetivo estaba erróneamente esgrimido.

Francamente, en ese momento no tenía nada contra Snyder, más bien, mis dudas surgían a partir del filme mismo, puesto a que existen obras de creación que difícilmente el traductor podrá franquear en su estructura rítmica y esencial. ¿O acaso alguien negará que el Ulises de Joyce, sobre todo, es la recreación vehemente del tiempo a partir del lenguaje? ¿O de otro modo: que el lenguaje es la única presencia en la novela del insigne irlandés? ¿Qué cineasta temerario cifrará en imágenes, algo de naturaleza distinta, incluso, de aquello que designamos con el nombre de Realidad, algo que es lenguaje y que sólo tiene sentido en el mundo del lenguaje?

The Watchmen, considero, es igual de inadaptable por la técnica cinematográfica, a causa de que es una historieta inteligible en términos meramente de la viñeta, y no de otra manera. Si bien podemos discernir en ésta un hilo narrativo interesante, ubicado en octubre de 1985, cuya hebra inicial se observa en la muerte de “El Comediante”, hallamos en su arquitectura narrativa su debida relevancia; aquí las viñetas no funcionan como accesorio para identificar un género, sino que actúan orgánicamente en la historia: constituyen una cosmovisión de la realidad.

Tal y como Salvador Dalí recreara la visión de San Juan de la Cruz, en The Watchmen se engrana una suerte de ciencia de la fe; cada viñeta se concatena como un poliedro infinito donde no hay lados oscuros y todo confluye hacia diferentes direcciones; una maquinaria transparente que nos hace evocar la Teoría de la Relatividad; un punto en el centro de “la oscuridad de la simple existencia”, que ya ocurrió en la mente de Mr. Manhatan y que sigue sucediendo en cuadros mínimos, vitales y trascendentes para el simple mortal.


Al fin de cuentas, llegó el día del estreno. La nostalgia y la curiosidad desplazaron a mis suposiciones aciagas, y un viernes cualquiera, alrededor de las 8:00 p. m., me encontraba apoltronado en una butaca de una sala de cine equipada con Sorround, H.D., N.O.T., E.N.G., P.U.T., I.D.E.A., y el necesario K.E.C.E.S.O.

Primera secuencia: un hombre adulto, fornido, con una cicatriz en el pómulo izquierdo, es atacado por un personaje misterioso. Más bendito y vertiginoso e ingenioso bullet time, aderezando una pelea que homenajea merecidamente, artísticamente y grandiosamente las coreografías del teniente Smith y Neo. Otra película de machos. Me ofusqué. El inicio de la secuencia de créditos y la voz laríngea de Bob Dylan me calmaron. Una retahíla de encuadres cuasimovibles relata la historia del cenit y el ocaso de los superhéroes. Gran momento de lucidez del director, el único. Lo demás, un metraje de dos horas y minutos, un ejercicio absurdo y torpe de pegar, copiar y deshacer desde la historieta de culto, proceso que bien funcionaba en 300, ya que el relato se reducía a la gesta heroica de Leónidas y sus valientes hombres, y a que su estética dantesca, atributo de Miller y no de Snyder, absorbía la atención del espectador; amén de la aducida inadaptabilidad, sumemos el hecho que en The Watchmen la trama detectivesca se multifurca. Zack Snyder, en lugar de dedicarse a contar algo, se regodea en una técnica, semejante, cabe decir, a cuando un chimpancé aprende a quitar la cáscara de un plátano para no depender de sus entrenadores, con la cual alarga secuencias sin motivo; sin más, nos plantea un pedantesco drama de superhéroes, largo y somnífero, en cual destaca un buen soundtrack; en paralelo, Alan Moore maquila un pedantesco drama de superhéroes, sofisticado, con la suficiente pericia artística como para llevarnos del desencanto a la esperanza; del abismo, al mundo confortable hacia el cual siempre andamos entre médanos de la nada. –Del famoso final, ni habló; mis recuerdos de la película se estacionan hasta el Halleluyah de Leonard Cohen-.

Estas son las tripazones de mi odio a Zack Snyder. No es un cineasta. No es un visionario: es un manufacturista de películas de carácter palomero, que la industria pasó a joder con sus motes pomposos.

Si me apresto a un análisis de sesgo diferente, podría decir que no es Snyder el objeto de mi ira; es, mejor dicho, lo que representa: ese infame mercado de valores que por vender enfrascaría la parusía en dosis de 500 miligramos. Pero bien: es la opinión de alguien que ayer escribía en su Olivetti lettera 33.