Samba

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Manuel Cruz

@cruzderivas

Samba aporta a la noción de que los géneros cinematográficos no son excluyentes o herméticos. Si bien el segundo debut de Omar Sy, actor francés que disfrutó presencia internacional tras su rol en Intocable, tiene numerosas secuencias de humor y sarcasmo, la condición que atraviesa a su protagonista es seria, y, en fechas recientes, particularmente cercana a la actualidad europea.

Sy interpreta a Samba Cissé, un ciudadano francés proveniente del Senegal que ve su cotidianidad invadida por el infierno burocrático - y humanitario - de la inmigración, amenazante con expulsarlo del país. Su ayuda más grande proviene de Manu (Izïa Higelin) y Alice (Charlotte Gainsbourg), quien también se siente como un extraño en su propia patria. Los directores Oliver Nakache y Eric Toledano arrojan una posibilidad romántica desde muy iniciada la cinta, pero, como muchas películas europeas que tocan ese tema, la relación entre ambos crece a partir de sutilezas: juegos de miradas y planos sostenidos. Es un acto de inferencia, y no claridad, que aumenta la credibilidad y empatía de sus dos protagonistas.

Omar Sy en Samba
Omar Sy en Samba

Como bien debería hacerlo, porque Samba intenta hacer varias cosas en sus 100 minutos de duración: La relación entre su protagonista y Alice es sólo parte de un mosaico que intenta retratar, sin exageraciones, la vida de un inmigrante en Europa. La vida de Samba parece balancearse entre la seguridad proveniente de una identidad nacional, y la violenta desaparición de esta misma, con una furia y terror que lo atraviesa consecuentemente. La situación da efecto, no sólo por el guión bien escrito de Muriel Colin junto a ambos directores, también por la profunda empatía de Omar Sy. Desde un inicio, Samba es un personaje agradable, cariñoso, y, al final, inocente.

Es importante que esté bien, aún cuando el universo de la cinta es escéptico sobre la tranquilidad de una rutina. Mientras que Samba lucha por conservar un orden, Alice es víctima de un exceso del mismo: La invasión del trabajo en su vida pasada la ha convertido en un personaje inseguro y con ataques de histeria, terrenos en los que Gainsbourg vuelve a demostrar su extraordinaria capacidad actoral sin trasladarse a los extremos que ha interpretado en la obra de Lars Von Trier. No son necesarios en Samba, y quien desee por la aparición de intervenciones sadomasoquistas quedará profundamente decepcionado. Finalmente, Samba podría ser vista y comprendida por audiencias debajo de los 15 años.

Esta condición une a los protagonistas con mayor cercanía, pero también propone una tesis interesante ante el tema de la inmigración: ¿Qué clase de luz hay realmente al final del túnel? Nakache y Toledano podrían creer que es el cariño humano, distribuido con una empatía verosímil entre Samba y Alice. ¿Pero ello es suficiente para proteger a todo el mundo, y alejarse de las incertidumbres que vienen con no sólo ser un inmigrante, sino ciudadano de la actualidad? Sólo resta ver para averiguarlo: La trama de Samba tocará puntos comunes, pero también se mueve con agilidad hacia descubrimientos y sorpresas que podrían aumentan el interés emocional de la audiencia sin sentirse exageradas. El futuro es incierto, pero el presente no. La simpatía y esperanza entre Samba y Alice existe porque, hasta cierto punto, tiene una responsabilidad social. Al igual que Xenia o La Bicicleta VerdeSamba es una ficción que se apoya en los elementos más fuertes de la realidad, porque es necesario que sean vistos. Es cine como un acto de entretenimiento y cariño, pero también, conciencia y solidaridad, cualidades que serán profundamente necesitadas ante la nueva ola de inmigrantes que transforma a Europa.