Armando Espitia

Heli: un testimonio atroz, eso y más - Crítica

El discurso nacional está condenado a contar historias sobre la miseria de ser mexicano. Algún lector avezado dirá que peco de pesimista y que olvido las películas de Tintán, de Cantinflas o de las bellas imágenes del Indio Fernández, muy a la Eisenstein, muy rusas, por cierto.

Pero excavemos en el desierto de la esencia nacional, metamos los dedos entre las grietas del suelo y no encontraremos más que fábulas de la misma consistencia del pulque que dejamos apestarse en la canícula. Porque el peladito, ese personaje astroso de las carpas que usa el lenguaje por el lenguaje mismo (cantinflea para no cantinflear), es un embaucador ocioso. Porque el pachuco, con el vestuario orondo y extravagante y el ritmo chispoteándole por todo el cuerpo, es un disgregado sin patria. Porque los revolucionarios filmados con el sol de fondo y el maguey en primer plano son criminales que saquean en manada.