Desde las leyendas hasta los cuentos de hadas, la superstición o la tradición religiosa, la mitología que rodea a los espejos siempre ha tendido hacia lo siniestro.
Los romanos le imbuyeron a los espejos el poder de reflejar el alma de uno y afectar su bienestar. Esto, junto con su creencia de que la vida misma se renueva cada siete años, trajo consigo la antigua leyenda de que aquel que rompe un espejo tendrá siete años de mala suerte.
En el cine y la literatura los espejos han servido como símbolos de vanidad y como peligrosos portales de verdad, o para transportarse en el tiempo y en el espacio. La fe judía demanda que todos los espejos en el hogar de uno sean cubiertos durante el luto de la muerte de un ser querido para que los vivos no se distraigan con los adornos de la belleza y el mundo físico.
Pero estas historias precautorias de narcisismo y de mala suerte palidecen en comparación con el fenómeno más común asociado con los espejos: la muerte.