A partir de la década de los setentas, Hong Kong se convirtió en una de las mecas del cine, y no sólo los directores se dieron cuenta de ese auge, sino las mismas autoridades, por lo que decidieron que se le podía sacar partido. Por ello, cuando a principios de los ochentas, se decidió que se podría capitalizar este auge. Sin embargo, el inminente cambio de gobierno hizo que muy pocos inversionistas se arriesgaran, pues no veían sentido a hacer un gasto enorme que sólo duraría unos diez años.