Traduciendo "horror" del japonés

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horro japonés

En años recientes la falta de historias originales y terroríficas para llevar a la pantalla llevó a los estudios hollywodenses a voltear la mirada hacia el lejano oriente.  Herederos de la narrativa del manga, la plástica visual – que tan bien le resulta a Kurosawa para hacer “Los sueños”- y con historias renovadas acerca de la relación de los muertos con los vivos, productores y directores norteamericanos seducidos por tan interesante fenómeno, se dedicaron a traducirlo al lenguaje que  usan (o usaban) para contar relatos de terror en la industria  norteamiericana.

Y es que Hollywood ya lo había intentado todo: series eternas de sicópatas que nunca mueren, monstruos clásicos, vampiros, zombies, experimentos genéticos, exorcismos y posesiones, ¡vaya!  hasta la búsqueda en vivo y en directo de una misteriosa bruja y la seductora leyenda de “basada en un hecho real.” Un público cada vez más exigente y ávido de historias que verdaderamente lo sorprendan, estaba dejando de considerar el género de terror como una verdadera opción de entretenimiento. 

Es entonces cuando descubren el enorme fenómeno que representan en Japón las historias de horror. El Aro (Ringu) ya era todo un fenómeno en tierras niponas cuando es descubierto por la industria norteamericana. Para cuando se hace la versión de The Ring (El aro) en Estados Unidos, en Japón la historia ya iba como en su cuarta o quinta secuela, con una precuela que contaba la historia de Samara cuando estaba viva. Algo similar pasaba con The Grudge (La maldición)  y The eye (El ojo). A The Ring (El Aro) le van tan bien en taquilla que se realiza una segunda parte, sintetizando en una película varias de las secuelas que ya se habían filmado en Japón. El resultado no es bueno en modo alguno, pero de todos modos nadie esperaba que la secuela superara lo hecho por las primeras versiones tanto en japonés como en inglés.  

Otro intento de traducir horror del japonés fue Dark Water (Agua turbia), que acaso sea la mejor adaptación hasta ahora. Producida de modo más sobrio logra recuperar el ambiente sombrío de los edificios de departamentos en el primer mundo. Actuaciones buenas (destacando la participación especial de Tim Roth) hacen pensar que a los norteamericanos les empezaba a resultar más sencillo entender la lógica del horror japonés. Sin embargo hay una explicación cultural importante que hace que traducir el lenguaje de las historias no resulte tan sencillo.  

Las historias  de fantasmas cruzan por la inquietud más antigua en la historia de la humanidad: el mundo sobrenatural y la necesidad de saber qué pasa después de la muerte.  Agobiado por la realidad cotidiana (vivir es en sí misma es una experiencia perturbadora) el ser humano ha buscado respuestas  en el ámbito espiritual y en la creencia de lo sobrenatural. De estas reflexiones se desprenden todas las filosofías religiosas que existen. La vida se nutre de la creencia en la muerte: ya sea premio o castigo lo que se espera, esa idea contribuirá a encontrarle sentido a la existencia.

En Japón no existe una religión única, aunque la mayor parte de la población  comulga con las ideas del Sintoísmo, que no es una religión propiamente dicha, sino una filosofía con una cosmovisión propia y una idea particular de la experiencia de vida.  Es difícil comprender para el mundo occidental y judeocristiano la naturaleza de esta creencia, que no tiene dogma, libro sagrado, líderes fundadores, ni está institucionalizada como las religiones occidentales. El sintoísmo es considerada la filosofía religiosa con más adeptos en Japón. Comparte con otras filosofías religiosas orientales la multitud de deidades o espíritus sagrados, la creencia en la reencarnación y el acento en la necesidad de cultivar el cuerpo, la mente y el  espíritu de manera integral.  

Pero la principal diferencia – por lo menos para entender el punto  que aquí nos ocupa- entre la perspectiva judeo cristiana y el sintoísmo, radica  en la diferente concepción de la redención. Mientras que para el mundo occidental la redención de un alma atormentada termina con el arrepentimiento, el castigo y el perdón, para el sintoísmo la esencia de lo que es el mal no desparece nunca a menos que el propio espíritu inicie su proceso de trascendencia a un nivel superior. No hay peor infierno que el de no encontrar la paz interior. Es por ello que Samara en el Aro no quiere ni puede detenerse: ella era un mal espíritu en vida y lo seguirá siendo después de muerta, porque no ha encontrado la manera de trascender en este plano.  

Es decir que no hay exorcismo, ni oración que valga mientras cada alma no encuentre su propio equilibrio. En ninguna de las adaptaciones de las películas japonesas se ha considerado este punto de manera relevante. Es por ello que las traducciones que han hecho los norteamericanos han resultado tan malas a pesar de ser producciones más cuidadas y con mejores efectos especiales.

 Además las historias están cargadas de otras prácticas culturales que occidente no comparte, como el machismo, el autoritarismo y la obediencia jerárquica. Cuando han tratado de eliminar los componentes machistas – por ejemplo- para que el mundo libre que vea la película no se ofenda, acaban haciendo el relato inconsistente.  

Y es que cada obra artística es resultado del contexto en que se ha creado. La reinterpretación implica no solo traducción, sino traslado y eso es lo que la industria hollywoodense no ha podido lograr con el nuevo cine de horror japonés. Lo bueno es que los norteamericanos – tan perseverantes como siempre-  lo siguen intentando.