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Tres razones por las que no debió existir una secuela de Independence Day

Independence Day fue una de las películas más exitosas de la década de los noventas, una década que no estuvo tan contaminada de secuelas y sagas como el nuevo siglo. En ese tiempo, nadie esperaba una secuela de Titanic o de Fight Club o de 12 Monos, y aunque algunos pugnaban por una continuación de Independence Day, la mayoría quedó conforme con el resultado.

Pero 20 años después, la secuela llegó y, como ya lo hemos comentado, quedó a deber. He aquí algunas de las razones por las que dicha secuela no debería existir:

 

3- El lenguaje cinematográfico de Roland Emmerich se ha desgastado

El director Roland Emmerich estaba comenzando a brillar en los noventas gracias a su filosofía de obsesionarse por sus proyectos antes de dirigirlos. Sin embargo, al hacer Independence Day se quedó estacionado en las películas de desastres, y podemos suponer que fue tras recibir halagos por los bien logrados efectos de destrucción en esa película, los cuales fueron conseguidos con trucos de cámaras y detalladas maquetas.

El tiempo y costos para lograr esas tomas (que no se podían repetir) hicieron que sólo fueran una parte del filme, no su punto central.

El resto de la película fue la construcción de personajes, las situaciones, el drama y un par de crescendi en la historia: uno desembocando en la destrucción de las ciudades, y otro en la derrota de los aliens.

El planteamiento simple, reforzado con una buena historia y un poco de aderezo de efectos especiales, sigue siendo efectivo, pero en las producciones modernas la destrucción de ciudades es pan nuestro de cada día.

El público ha perdido su capacidad de asombro, y en parte es Roland Emmerich el responsable, pues después de Independence Day ha dirigido otras películas de desastres globales. Y sumémosle a ésas las cintas de los Avengers o Man of Steel o Transformers, donde la destrucción de ciudades es asunto cotidiano y con pocas consecuencias que lamentar. Así, que una invasión extraterrestre amenace la tierra, no se ve como algo por lo que haya que preocuparse.

 

2- 1996 parece haber sido menos grave que 2001

Ya pasaron 15 años del 11 de septiembre y los Estados Unidos no se han recuperado del ataque terrorista, pero en el universo de Independence Day parece que 1996 fue tan ficticio como en nuestro universo.

Una buena secuela debió ser interesante no por una nueva invasión, sino por conocer ese mundo paralelo donde los aliens nos atacaron hace veinte años. Debió ser un ensayo sobre esa sociedad y como se ha sobrepuesto a los daños sicológicos y a las crisis.

Pero falla en eso, pues aunque existe el énfasis en la defensa planetaria, hay cosas que se ven arcaicas, como los diseños de las naves humanas, los smartphones (que en el universo de Independence Day deberían ser mucho más avanzados) y hasta los vehículos a gasolina.

¿Y por qué no es Rusia la nación líder del mundo? ¿Acaso la destrucción que sufrió Estados Unidos en 1996 no provocó ninguna crisis? Una secuela de Independence Day debió mostrarnos un mundo más cercano al de Starship Troopers, donde hasta las fronteras mundiales se han modificado.

 

1- El éxito de Independence Day se debió a detalles únicos e irrepetibles

En 1996, el ansiado futuro (el año 2000) estaba a la vuelta de la esquina, pero además de fantasías de autos voladores, también traía consigo los miedos del cambio de milenio, que incluían, por supuesto, una invasión extraterrestre.

Como ya dijimos, Roland Emmerich sabía su oficio, y supo construir una historia que atrapaba a los espectadores poco a poco. Todos los personajes lograron cubrir su cuota de empatía a lo largo de la trama, y a pesar de que la película es básicamente una “gringada”, lograron inspirar una especie de patriotismo globalizado, donde la nación es la tierra, lo cual se acentuó con el discurso del presidente Whitmore.

Hace veinte años, cuando vi Independence Day, el público en la sala de cine aplaudió emocionado cuando el primer misil impactó en la nave invasora, desprovista de su campo de fuerza.

Más aún: Al salir del cine, la plática común incluía la pregunta “¿Por qué no dedican las naciones un mayor presupuesto a la defensa?”.

Ni Ozymandias lo habría planeado mejor.

¿Cómo podía una secuela igualar esas reacciones? Emmerich ni siquiera intentó averiguarlo.

 

 

 

 

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Ernesto Ocampo

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