Por Nicolás Afonso
Un reparto que podría antojarse pequeño, una argumento complejo y sugerente y un proceso de destrucción colectiva, es lo que nos trae la pareja de debutantes Andy Mitton y Jesse Holland en su debut como directores de un largometraje.
A medio camino entre el Found Footage y el thriller, nos encontramos ante una libre interpretación de la fábula de El Mago de Oz, que tan brillantemente dirigió a finales de los años 40 Victor Fleming, desposeída de su inocencia para dar lugar a una cinta opresiva, con referencias al Proyecto de la Bruja de Blair por tanto que convierte la inmensidad de las montañas boscosas de los Apalaches en un escenario claustrofóbico, donde un grupo de investigadores de lo paranormal experimentan su particular descenso a la locura en busca de una pista que desvele que aconteció 70 años antes, cuando, en 1940, un pueblo entero se adentró en una senda de montaña desvaneciéndose casi en su totalidad. La ausencia de banda sonora en las primeras escenas de la película, dota de una atmósfera oscura al principio y va desvelándose gradualmente como crucial conforme avanza el metraje para conseguir subyugar al espectador e introducirlo en un estado angustia que le acompañará hasta los títulos de crédito finales.
Con elementos ciertamente surrealistas, y una cuidada fotografía donde destaca la elaborada selección de planos largos, nos encontramos ante una película que, vaya por delante, no resulta sencilla de digerir en un primer visionado y que acepta varios de ellos para poder captar las sutilezas de la que está compuesta.
Un nuevo exponente del cine fantástico independiente anglosajón que parece estar viviendo una edad de oro con títulos de los que Yellowbrickroad hereda directamente, tales como The Objective (2008), con el que comparte el intenso viaje interior de sus personajes o The Descent (2005) con el que coincide al plantear la civilización como el reducto de la humanidad, y la naturaleza, en toda su vasta extensión, como un entorno hostil que castiga con saña a los que se entrometen en sus santuarios.
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