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Gran parte del ingenio que construyó el cine en Estados Unidos surgió de las mujeres. Alice Guy-Blaché era secretaría en uno de los estudios y al terminar los rodajes le permitían jugar con las cámaras. Pronto su juego le llevó a crear guiones y luego a dirigir, hasta convertirse en la primer mujer jefe de un estudio.
Alice fue quien introdujo el argumento en una película, antes de ella se filmaban eventos sin historia. Su película de 1912, Falling Leaves, muestra a una pequeña que escucha cuando el médico dice que su hermano morirá al caer las hojas de los arboles, así que ella sale al jardín y comienza a atarlas a las ramas.
Lois Weber fue otra de la innovadoras directoras de la época. En 1913 además de dirigir, protagonizó su obra Suspence. Una mujer esta en casa con su hijo, escucha ruido y al asomarse por la ventana lo ve en lo que a nosotros se nos presenta como un plano subjetivo ladeado. Llama por teléfono a su esposo y Weber divide la pantalla en tres para que podamos ver las acciones al mismo tiempo.
El hombre roba un coche para poder ir a salvar a su esposa. Le persigue la policía, lo sabemos por el ingeniosos plano que muestra Weber a través del espejo del coche. Cuando el intruso sube las escaleras, la posición de la cámara subraya el movimiento de amenaza. Por fin llega el marido a rescatarla y detrás de él la policía. La película fue atribuida por años a un hombre, el director D. W. Griffith.
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Frances Marion fue una figura mucho más influyente. Entre 1915 y 1935 no hubo un guionista, hombre o mujer, mejor pagado que ella. Ganó dos premios Oscar, el primero por mejor guión adaptado en 1930 con The Big House, el segundo por mejor argumento en 1932 con The Champ, desterrando el mito de que las mujeres sólo escribían melodramas.
En 1920 había más de 15 mil cines en Estados Unidos y con la llegada del cine sonoro el precio de los rodajes se disparó y Wall Street entró al negocio, los sueldos se elevaron y los hombres comenzaron a tomar los puestos de las mujeres.