Cine de culto: Recordando a La banda de los Panchitos

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Los años ochentas fueron detonantes de un profundo cambio social en la Ciudad de México. La década comenzó con los ejes viales —el gran negocio del regente Carlos Hank González—que durante 1978 y 1979 rebanaron la urbe y separaron colonias. Siguió la brutal crisis económica que mandó el valor del peso a un abismo. Más tarde, los escándalos por la corrupción del Negro Durazo y el terremoto que causó lo mismo tragedia que solidaridad entre los habitantes.

En ese contexto, no faltaron los delincuentes famosos, que a pesar de sus malas acciones, tenían mayor aceptación que los políticos. Alfredo Ríos Galeana, asaltante de bancos, era visto como un moderno Chucho el Roto, aunque no daba el dinero a los pobres. El narcotraficante Rafael Caro Quintero tuvo una fama tremenda, no sólo por ser sobrino de Lamberto Quintero. Los audiocasetes de su juicio se vendían como pan caliente, y el comediante José Natera parodiaba partes medulares (“¡No te hagas, tú lo mataste!”) en los shows donde lo imitaba.

Y en esos años ochentas también existía la temible banda de los Panchitos, surgida en la colonia 16 de Septiembre y asentada en los basureros y barrancas de Santa Fe, antes de que se edificaran los modernos edificios que ahora existen allí.

Inicialmente llamados Sex Panchitos, por identificarse con el movimiento punk, el grupo de jóvenes era una banda más de las que surgieron a finales de los setentas, y, sobre todo, a principios de los ochentas, influenciados por el famoso filme The Warriors.

Había butibandas (como se decía entonces) consumiendo butichemo, llenas de los hijos malditos de la sociedad, que escuchaban a Los Ramones, The Clash, Plasmatic, y que iban a las tocadas de El Tri, Paco Gruexo, Ginebra Fría, Javier Bátiz, Vox Populi.

Jorge García Robles, escribe en su estupendo libro ¿Qué transa con las bandas?:

“Ante una atmosfera social enrarecida y poco estimulante, la banda de entonces optó por comportarse gandalla y conjurar repetidos refuegos, por achicalar al enemigo y chamuscarse el cerebro con disolventes y tolueno. Por ataviarse bizarra, aliñarse repulsiva y embadurnarse la cara de violencia. Por jurarle lealtad al heavy metal e idolatrar al punk. Por atracarle al mundo uno de sus pelos, birlar el agobio policiaco, pasarse de lanza con las rucas y nunca amoscarse ni abrirse en un tiro; en suma, por vivir en una polvareda existencial suburbana donde segregar dosis extras de hormonas suprarrenales era la neta”.

Las calles del área metropolitana estaban repletas de bandas: Los Bóxer, los Salvajes, los Japoneses, los Lacras, los Hooligans, los Carcas, los Pitufox y los enemigos acérrimos de los Panchitos: los BUK (Banda Unida Kiss). Recuerdo en la zona de Ciudad Labor, Tultitlán, las batallas campales de los Inquisidores contra bandas de otras colonias. Hasta allá llegaba El Tri a cantar y modificaba la letra de sus canciones (“Estoy esperando mi camión en los topes de Ciudad Labor”) en medio de la algarabía del butimadral de güeyes.

En 1986, el director de cine Arturo Velazco, anunció que estaba trabajando en una película sobre Los Panchitos, con un guión escrito en conjunto con Alberto Madrigal.

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Llamaba la atención que el pintor José Luis Cuevas estaría ligado al proyecto, aunque su participación se limitó a las imágenes que aparecen durante los créditos iniciales. Cuevas hizo eso porque su hija, Ximena, trabajó como continuista en la cinta.

Todo se veía promisorio, pues Velazco tendría la oportunidad de hacer una versión moderna de Los olvidados. Sin embargo, el trabajo se quedó un poco corto, pues aunque participan muchos chavos banda reales, los protagonistas parecen más Cachunes que Panchitos. En vez de peinados punk están peinados a la moda, enchinados en salón de belleza, y usan pantalones de mezclilla normales, sin pintarlos con grasa de zapatos para que parecieran de cuero.

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"Se pasan de lanza. La pinche sociedad es una pinche droga. ¿A poco no tiene un chingo de maneras de joderte, de sacarte de la realidad? (...) ¡A huevo! Ser Pancho significa fuerza y movimiento; posición ante la vida".

 

Velazco armó un filme a base de anécdotas, donde los Panchitos no se ven realmente como criminales, pero en la vida real asaltaban el transporte público, asaltaban licorerías y farmacias y a cualquier peatón que se les cruzara.

Quizá hacer a un lado la continuidad y centrarse sólo en anécdotas aisladas habría sido una mejor idea, pues el hilo narrativo se pierde con facilidad, a pesar de que la edición estuvo a cargo de Carlos Savage, el mismo que 36 años antes editara Los olvidados.

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Pero Arturo Velazco no es Luis Buñuel. Velasco debutó en el cine con La banda de los Panchitos, y se quedó estacionado en el tremendismo. La mayoría de sus trabajos posteriores fueron directos a video, como Robachicos fracasados, Sangre de perros, Gangas de la mafia y Chingón de chingones.

Mención aparte merece la música, compuesta por el compositor y director de orquesta chiapaneco Federico Álvarez del Toro, autor de sinfonías como El espíritu de la tierra, el oratorio Oración de pájaros y la ópera El canto de los volcanes, y quien apenas el año pasado fue homenajeado en Bellas Artes por sus cuarenta años de trayectoria. Álvarez del Toro fue nominado al Ariel en 1987 por su trabajo en La banda de los Panchitos. Increíblemente, no ganó; se lo dieron a Memo Méndez Guiú por El Maleficio 2.

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Las escenas mejor logradas son la de la tocada de El Tri, donde se ven a miembros reales de bandas pintarse la cara y acicalarse los cabellos mientras todo comienza. También la de la batalla campal de bandas que cruzan el Periférico, pues éste representaba la frontera entre el territorio de los BUK (Tacubaya), y el de los Panchitos. Por cierto, y aunque miembros de los BUK participaron en la película, son llamados los Duk’s.

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A pesar de todo, La banda de los Panchitos es recomendable para recordar o conocer un poco de la edad dorada de las bandas. El gran acierto es que fue filmada cuando aún existían, pues los grupos habían comenzado en los setentas, cuando iban en secundaria, y ahora estaban llegando a la edad adulta. Las bandas estaban condenadas a terminar cuando surgían responsabilidades y otras necesidades. Así lo narraba en 1985 Rodolfo, un integrante de los Panchitos en ¿Qué transa con las bandas?:

“Ya se visten más acá, más decentones, ya se dan su baño, porque antes la banda era bien punk, andaban bien punk, bien mugrosos, bien acá. Dos tres chavos ya tienen a sus morros, por eso ya están más calmados, ya trabajan y acá. O sea, la banda ahora es igual, pero los chavos ya se dan un baño, andan más arregladitos, aunque se siguen dando sus toques. Dos tres güeyes también se siguen dando sus chemeadas, pero ya están más tranquilos. Ya cuando nos provocan pus sí, ¿no? Ni modo de que le den a uno, cámara. O sea que ya está todo más calmadón (…).

“Ahorita soy un desmadre; pero después pienso hacer algo pa que cuando tenga mis hijos digan ‘no, pus mi papá es esto’, y no digan ‘no, pus mi papá es esto otro’. Por ejemplo, o sea que si tú sigues a lo mismo a lo mismo, nunca vas a llegar a nada; o quien sabe, hay dos tres que sí. No sé, ya de grande uno piensa más; va agarrando más la onda. Pienso estudiar una carrera corta. Sé el oficio de arreglar partes eléctricas de los carros, cambiarle los carbones a las baterías y todo eso; o sea que yo tengo algo en qué basarme. Pero todo es cosa de que yo diga ‘ya estuvo de desmadre’”.

La banda de los Panchitos

Año: 1987

Duración: 89 min.

Director: Arturo Velazco

Guión: Roberto Madrigal, Arturo Velasco.

Música: Federico Álvarez del Toro

Canciones: El Tri, Betsy Peccanins.

Fotografía: Donald Bryant.

Edición: Carlos Savage.

Continuista: Ximena Cuevas.

Reparto: Óscar Velázquez, Mário de Jesús Villers, Óscar Medina, Jonathan Kano, Fabrizio Ruiz Velazco, Rogelio Tretto, Federico Sotarriba, Jaime Salas Valencia, José Luis Madrigal, Tony Ciyult, Jesús Cancino, César Jiménez, José Ríos, César Cueto, Roberto Castro.

Calificación Cine3: ***