Puente de Espías

| | , ,

Manuel Cruz

@cruzderivas

Durante los primeros minutos en Puente de EspíasSteven Spielberg plantea un estilo que se mantiene casi intacto durante las siguientes dos horas y cuarenta minutos de la cinta: un hombre perseguido por un grupo que se tropieza entre sí, se pierde, y, aún en la cara de su supuesto objetivo, parece dudar sobre la veracidad de lo que está haciendo. La persecución se desenvuelve con efectos de sonido y giros de cámara precisos, creadores de una ocasional confusión que, al mismo tiempo, se concentra los detalles importantes. Spielberg, creador de espectáculos que parecen desafiar la expectativa de su público, reduce su arsenal de herramientas para enfocarse en, quizás, la primera misión de muchas películas: contar una historia.

Y vaya historia. Tom Hanks, cuya indudable participación en la historia del cine ha quedado cementada desde hace varios años, se reúne con su director de Salvando al Soldado Ryan para interpretar a un personaje más intelectual y complejo: el abogado Jim Donovan, quien se aleja de su mundana ocupación como defensor de seguros para una misión más humanitaria: realizar la defensa legal de Rudolf Abel (Mark Rylance), declarado por el FBI, la CÍA (y en consecuencia, la nación estadounidense) como un espía comunista, portador de secretos para la Unión Soviética durante los inicios del muro de Berlín, en la Guerra Fría. Inicialmente, Jim no lucha contra un gobierno, sino una percepción: para los Estados Unidos de posguerra, el comunismo parece tan terrible como el fascismo de épocas pasadas, y su posible defensa igual de injustificable. Pero Jim cree en los principios que hicieron la constitución estadounidense, dispuesto a seguirlos al pie de la letra. Al igual que en Salvando al Soldado Ryan, Spielberg no puede evitar el hacer de su protagonista la encarnación de una idea utópica, pero su presentación en este caso es menos empalagosa. Quizás porque esta es más una historia de pensamiento y creencia, que de combate.

Mark Rylance y Tom Hanks en Puente de Espías
Mark Rylance y Tom Hanks en Puente de Espías

Aún cuando Jim se encuentra rodeado de espías, algunos en aparente defensa de la patria que él también habita (pero ansiosamente interesados en las posibles declaraciones de su cliente), y otros del supuesto enemigo, Puente de Espías se niega a seguir - con la excepción de un par de secuencias breves, involucrando a personajes secundarios - las tradiciones de su género. No hay pistolas. No hay sangre. No hay choques de autos o explosiones sorprendentes. La Guerra Fría se plantea como un juego mental, una lucha de "formas de ver el mundo", tal como dice Jim a uno de los representantes de la ley soviética, mientras duda de su posición como aliado o enemigo. La secuencia más tensa en Puente de Espías, demostrando la llegada de Jim a la recién divida y despiadada Alemania se resuelve de una forma humana: lejos del supuesto orden y la justicia estadounidense que ejerce profesionalmente, él no es nadie en la nueva Europa, y su temor es tan evidente como el de la audiencia. Spielberg no lo va a salvar con caballerías sorpresa o violines esperanzados (aunque estos aparecen en los últimos minutos de la cinta, cortesía de un Thomas Newman que, a comparación de su obra anterior, se siente bastante estándar), porque ello sería exagerar una historia, y no contarla.

Puente de Espías se define ante todo por su guión (co-escrito por los Hermanos Coen con Matt Charman), cuya narrativa merece más de una visita. Aún cuando el planteamiento de "los buenos contra los malos" se sostiene, hay un respeto por la complejidad de la historia. Nadie queda estereotipado, y los motivos del conflicto ideológico podrían ser tema de debate a la fecha.

La cinta termina pareciéndose a las primeras historias de intriga de Alfred Hitchcock, probable influencia en los inicios fílmicos de Spielberg. Es una cinta que vive por su historia, y aunque los argumentos de Jim no se sostengan de una forma tan ideal (como esta reciente historia demuestra), la ausencia de técnicas empalagosas convierte a Puente de Espías en una notable pieza de intriga, quizás durante el tercer acto de una notable presencia en la historia del cine.