Grandes Amigos

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Manuel Cruz

@cruzderivas

Grandes Amigos es una contradicción de términos: la decisión de Bill Bryson (Robert Redford) por escalar el Sendero de los Apalaches tras un periodo de funerales y aburrimiento no sólo es un desafío a la percepción de la vejez (sector al cual, según su esposa Cathy (Emma Thomspon) indudablemente pertenece), también es una reflexión de la vida que ha tenido hasta ahora, abarcando su exitosa carrera como escritor de viajes atrapado en un limbo, y un intento por recuperar amistades perdidas entre el conflicto y los años. Este último objetivo se manifiesta en el regreso de Stephen Katz (Nick Nolte), antiguo colega de viajes de Bryson que, por razones poco conocidas, desapareció del mapa tras un tenso incidente en Europa, 40 años atrás. Pero ahora se une al último viaje, quizás el último en la ya crecida existencia de ambos hombres. Una road movie con más de un conflicto por resolver, y protagonizada por dos grandes actores del cine estadounidense (además de la siempre bienvenida presencia de Thompson) Lo que debería ser un viaje interesante se transforma, con horror y sorpresa, en un video musical de National Geographic, desmoronándose al minuto de una base particularmente débil.

El talento de Robert Redford y Nick Nolte no rescata a Grandes Amigos de sus enorme deficiencia narrativa
El talento de Robert Redford y Nick Nolte no rescata a Grandes Amigos de su enorme deficiencia narrativa

Para ser una historia donde, entre demás objetivos, sus dos personajes deben llegar del punto A al B, en una ruta de trascendencia histórica, la desorientación narrativa de Grandes Amigos es casi chistosa: el conflicto entre Bryson y Katz queda planteado desde un inicio, pero los motivos de este nunca se revelan. En lugar de desarrollar personajes en paralelo al viaje, el guión de Michael Arndt y Bill Holderman salta de un lado al otro, sin advertencia, ni mucho menos ingenio: a veces es una serie de escenas donde Bryson, con la tranquilidad de un narrador para PBSDiscovery Channel o la ya mencionada NatGeo informa a Katz sobre los tipos de árboles, rocas, y demás elementos naturales que observan en ese momento, y cómo es probable que desaparezcan dentro de 50 años (ese triste destino existía mucho antes que la cinta, y si se trata de ver información preocupante sobre el destino del planeta, la excelente La Verdad Incómoda de Davis Guggenheim está a la vuelta de la esquina)

A veces, cuando ambos deciden descansar, la trama intenta enfocarse en el origen de la tensión entre ambos (que, francamente, si no fuera por la explícita mención de Cathy al respecto, no se percibe en las actuaciones de Redford y Nolte, sujeto de discusión posterior), pero el diálogo no logra avanzar de acusaciones ambiguas y sin evidencia anecdótica. Eso, o saltar a breves pasajes donde Bryson discute con sí mismo los motivos existenciales detrás de su vida, y la de todos. Pero los conflictos existenciales no se resuelven en sesiones terapéuticas de 5 minutos a través de casi 2 horas de trama, y se aleja notablemente de crear personajes entrañables, visto como estructura dramática. Ambas propuestas quedan unidas por eternos montajes musicales de Bryson y Katz paseando entre paisajes ciertamente admirables, pero, para ver eso, siempre se puede acudir a (por tercera vez) National Geographic, y fuentes similares.

Lo peor del caso es que Grandes Amigos tiene suficiente material para ser una historia interesante, además de un relativo precedente: aunque intercambia las montañas por los viñedos, Sideways: Entre Copas (excelente cinta de 2004 dirigida por Alexander Payne y protagonizada por Paul Giamatti) utiliza el viaje terrenal de dos amigos como fachada para un re descubrimiento emocional, la misma intención detrás del viaje de Bryson y Katz. La gran diferencia es de enfoque: Sideways utiliza gran parte de su tiempo narrativo para desarrollar a los personajes, Grandes Amigos los arrastra de un lado al otro en una incómoda combinación de gags y momentos románticos y/o pseudo-terapéuticos que sorprenden (con profunda inverosimilitud) por su espontaneidad y breve duración, como si el trayecto montañoso que ambos se plantean recorrer al inicio de la cinta no fuera genuinamente enorme.

La falta de estructura narrativa se refleja con dolor en las actuaciones de Redford y Nolte, que no pasan de recitar líneas con absoluta neutralidad (la constante risa de Nolte al final de casi cada palabra hace la experiencia aún más incómoda) La cinta concluye cuando la tradicional duración de 90 y tantos minutos se aproxima, sin haber logrado ninguno de sus objetivos, quizás por una evidente ausencia de interés inicial.

Grandes Amigos es una de las películas más incompletas y frustrantes del año.