Los Óscares dependen de cada año: Una de las ceremonias de premiación más populares en la historia del cine no es necesariamente la más lineal. Si bien está el año en que Forrest Gump arrebató casi todo a la más innovadora (y de mayor relevancia histórica) Pulp Fiction, también está la época en que Belleza Americana se llevó la gloria entera, pese a criticar y destruir casi todos los valores que constituyen al llamado sueño nacional. Está el rechazo de Marlon Brando a la estatuilla, o las quejas de Michael Moore. Está el debatible robo del premio a Mickey Rourke, tras su excelente actuación en la cinta El Luchador por manos de Sean Penn, quien en ese mismo año interpreto a uno de los activistas homosexuales más importantes de la historia estadounidense en la cinta Milk. ¿Fue aquello un acto de colección política, o buen juicio cinematográfico? Nunca se sabrá, y es posible que ese debate se abra de nuevo en unas semanas, si es que Eddie Redmayne priva al favorito Leonardo DiCaprio de su anhelada estatuilla. Este año, está también la furia hacia la falta de diversidad en el proceso de nominación, los # múltiples en Twitter, y la promesa de cambio en el futuro por parte de la Academia. Pese a ello, es posible que este año exista una cierta diversidad fílmica y temática.
Al menos eso podría decirse de Mustang, una de las nominadas este año a mejor película extranjera. Mustang es sin duda una de las mejores películas del año, pero también es una de las más desoladoras, deprimentes, y finalmente realistas (lo mismo ocurre con Anomalisa, nominada este año en la categoría de película animada) No todos los concursantes en el teatro Kodak son arcoiris y canciones. Hollywood ya no es necesariamente la tierra de Oz, y esto ha quedado claro para el resto del cine, quizás desde mucho antes que para Los Ángeles.
El cine inició como una forma de exponer al mundo delante de la cámara, y la cinta de Deniz Gamze Ergüven, aunque es una historia ficticia, cumple el mismo propósito. Durante el verano en una aldea de Turquía, lejos de la ciudad, cinco huérfanas comienzan a jugar con los hombres del pueblo, arrojándose agua y nadando en un lago. Más pronto que tarde, el comportamiento lúdico de las mujeres parece adquirir una apariencia criminal, mientras su guardiana las encierra en un cuarto tras un regaño escandaloso.
Si esta primera secuencia provoca indignación, es apenas el arranque del infierno que espera a las protagonistas, que conocen - así como la audiencia - las tradiciones retrógradas de su cultura. Más pronto que tarde, el grupo de adolescentes (compuesto por Günes Sensoy, Doga Zeynep Doguslu, Tugba Sunguroglu, Elit Iscan y Ilayda Akdogan) empieza a separarse, consecuencia de un proceso matrimonial tan veloz y mundano como hacer las compras en una salchichería. Una por una, de la más grande a la más chica, se convierte en esposa del mejor postor, en una ceremonia donde los más felices son los padres, tíos y abuelos, mientras que el terror y la sorpresa permanece en el rostro de las jóvenes. Conforme la historia avanza, no todas las chicas desean el destino aparentemente inevitable, y la rebeldía se acaba sintetizando en Lale (Günes Sensoy), la más joven del grupo, veloz, ágil, y profundamente interesada en actividades como el soccer o manejar autos, eventos culturales exclusivos de la población varonil.
Mustang tiene una historia en el sentido más tradicional del término: hay una protagonista, hay enemigos, conflictos, apuestas y una resolución. Pero esta aparece como consecuencia de una presentación contextual, donde la cinta decide pasar la gran mayoría de su tiempo. Es decir: en vez de comenzar la historia con Lale deseando y prometiéndose a si misma nunca ser esposa de nadie, esa actitud crece en ella al ver que, con el paso de los días, es la última soltera del grupo. Crece tras más de una hora donde sus hermanas desaparecen a la velocidad del sonido, donde las oportunidades de crecimiento emocional, curiosidad sexual y libertad humana son raptadas antes incluso de que puedan empezar, donde la empatía crece con las chicas por el poco tiempo en que se ven felices y seguras, y el odio y terror aumenta hacia los adultos que las raptan de, esencialmente, tener un alma.
Desde la escena inicial en el lago, la cinta arranca como un cohete sin escalas, y el resultado es a la vez altamente entretenido y desgarrador: es importante saber qué le va a ocurrir a las protagonistas, que cada vez más se reducen a sólo una, pero también tragarse el horrible contexto social de una Turquía, un continente y un mundo que, al menos en sectores, no es genuinamente humano. Hay una sensación orgánica que permea al realismo de la cinta en todos sus aspectos: partes del guión (co escrito por Ergüven con Alice Winocour) se basan en la vida de su directora, y la gran mayoría del elenco es debutante. Fue rodada en una ciudad de Turquía. La fotografía de David Chizallet y Ersin Gok parece aprovecharse de luz natural, sin mayor intervención técnica. Más que una película consciente de su estado ficticio, Mustang es un testimonio veloz, una visita en crudo a una realidad desesperada.
Y siendo así, como muchas otras películas, quizás de este año, ciertamente de otras partes del mundo (incluyendo a sectores de la cinematografía estadounidense), Mustang podría abrir una nueva propuesta, ya si la Academia se compromete a la diversidad para la siguiente reunión: #OscarsSoGlobal. Quizás los Óscares y su popularidad mundial podría unirse más con el resto del cine, más allá de la categoría extranjera. Porque ganando una estatuilla o no, Mustang se gana al mundo.
Manuel Cruz
@cruzderivas