Edis Namar

En el mes del amor, necesitamos los huevos…

Oí a cierto psicoanalista, en un noticiero radiofónico, hablar sobre la posibilidad de una relación amorosa sin dolor, contrariando a la audiencia que en mensajes de facebook y twitter, asumían que el amor equivale a sufrir. No es que no esté de acuerdo con el psicoanalista. Sin embargo, los demonios de la razón nos hacen caer en aberraciones; por ejemplo, nos llevan a creer que mientras más empeño pongamos en una empresa amorosa, más merecimientos o credenciales tendremos con la persona deseada. Razonamiento lógico más ingenuo.

Heli: un testimonio atroz, eso y más - Crítica

El discurso nacional está condenado a contar historias sobre la miseria de ser mexicano. Algún lector avezado dirá que peco de pesimista y que olvido las películas de Tintán, de Cantinflas o de las bellas imágenes del Indio Fernández, muy a la Eisenstein, muy rusas, por cierto.

Pero excavemos en el desierto de la esencia nacional, metamos los dedos entre las grietas del suelo y no encontraremos más que fábulas de la misma consistencia del pulque que dejamos apestarse en la canícula. Porque el peladito, ese personaje astroso de las carpas que usa el lenguaje por el lenguaje mismo (cantinflea para no cantinflear), es un embaucador ocioso. Porque el pachuco, con el vestuario orondo y extravagante y el ritmo chispoteándole por todo el cuerpo, es un disgregado sin patria. Porque los revolucionarios filmados con el sol de fondo y el maguey en primer plano son criminales que saquean en manada.

Aleluya, llegó El Hombre de Acero

Si es que están leyendo el presente texto es porque las reseñas, notas e información sobre la película El Hombre de Acero todavía no son suficientes. Y prepárense: por lo menos las siguientes dos semanas las pláticas de sobremesa, los discursos de los políticos y hasta los mensajes de los sacerdotes girarán sobre qué tan buena es el Superman de Snyder. Por lo demás les aseguro que al menos en estas líneas encontrarán una honesta y sana posición de llevarles la contraria, porque ahí donde existe el hijo de hombre también habita la oscuridad o porque todo lo que es arriba es abajo y al revés, o mejor aún porque antes de la luz estaba el caos. Si no quieren auscultar el rincón del amargado mejor ni lean.

Érase una vez en París a la medianoche que un neurótico se redimió

Woody Allen es el octogenario más joven; su lucidez artística y transparencia discursiva evocan a las del escritor Jorge Luis Borges con el que guarda afinidades existenciales en su manera de concebir la creación. Los dos son grandes fabulistas sobre la obra de arte y sobre su incidencia en el fluir de la historia, los dos delatan la misma moraleja: el arte, a lo sumo, aspirará a ser vida, así como un tigre de palabras supondrá sólo a un felino feroz o un aventurero de transparencias celuloidales apenas arañará la concepción del hombre sobrehumano. Si es que el arte no es la vida, tampoco nos salvará de su tragedia; queda ser parte de su acerba y reconfortante gloria.